Página 320 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en el
lugar santo a la hora del incienso, el sacrificio diario estaba listo para
ser ofrecido sobre el altar de afuera, en el atrio. Esta era una hora
de intenso interés para los adoradores que se congregaban ante el
tabernáculo. Antes de allegarse a la presencia de Dios por medio
del ministerio del sacerdote, debían hacer un ferviente examen de
sus corazones y luego confesar sus pecados. Se unían en oración
silenciosa, con los rostros vueltos hacia el lugar santo. Así sus peti-
ciones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba
los méritos del Salvador prometido al que simbolizaba el sacrificio
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expiatorio.
Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino
se consideraban sagradas, y llegaron a observarse como momentos
dedicados al culto por toda la nación judía. Y cuando en tiempos
posteriores los judíos fueron diseminados como cautivos en distin-
tos países, aun entonces a la hora indicada dirigían el rostro hacia
Jerusalén, y elevaban sus oraciones al Dios de Israel. En esta cos-
tumbre, los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina y
vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias
que carezcan del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los
que le aman y se postran de mañana y tarde, para pedir el perdón de
los pecados cometidos y las bendiciones que necesitan.
El pan de la proposición se conservaba siempre ante la presencia
del Señor como una ofrenda perpetua. De manera que formaba parte
del sacrificio diario, y se llamaba “el pan de la proposición” o el
pan de la presencia, porque estaba siempre ante el rostro del Señor.
Éxodo 25:30
. Era un reconocimiento de que el hombre depende
de Dios tanto para su alimento temporal como para el espiritual,
y de que se lo recibe únicamente en virtud de la mediación de
Cristo. En el desierto Dios había alimentado a Israel con el pan del
cielo, y el pueblo seguía dependiendo de su generosidad, tanto en
lo referente a las bendiciones temporales como a las espirituales. El
maná, así como el pan de la proposición, simbolizaba a Cristo, el pan
viviente, quien está siempre en la presencia de Dios para interceder
por nosotros. El mismo dijo: “Yo soy el pan vivo que he descendido
del cielo.”
Juan 6:48-51
. Sobre el pan se ponía incienso. Cuando se
cambiaba cada sábado, para reemplazarlo por pan fresco, el incienso
se quemaba sobre el altar como recordatorio delante de Dios.