Página 334 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
necesario que Cristo muriera para expiar la transgresión de la ley,
prueba que ésta es inmutable.
Los que alegan que Cristo vino para abrogar la ley de Dios
y eliminar el Antiguo Testamento, hablan de la era judaica como
de un tiempo de tinieblas, y representan la religión de los hebreos
como una serie de meras formas y ceremonias. Pero éste es un
error. A través de todas las páginas de la historia sagrada, donde
está registrada la relación de Dios con su pueblo escogido, hay
huellas vivas del gran YO SOY. Nunca dió el Señor a los hijos de
los hombres más amplias revelaciones de su poder y gloria que
cuando fué reconocido como único soberano de Israel y dió la ley
a su pueblo. Había allí un cetro que no era empuñado por manos
humanas; y las majestuosas manifestaciones del invisible Rey de
Israel fueron indeciblemente grandiosas y temibles.
En todas estas revelaciones de la presencia divina, la gloria de
Dios se manifestó por medio de Cristo. No sólo cuando vino el
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Salvador, sino a través de todos los siglos después de la caída del
hombre y de la promesa de la redención, “Dios estaba en Cristo
reconciliando el mundo a sí.”
2 Corintios 5:19
. Cristo era el funda-
mento y el centro del sistema de sacrificios, tanto en la era patriarcal
como en la judía. Desde que pecaron nuestros primeros padres, no
ha habido comunicación directa entre Dios y el hombre. El Padre
puso el mundo en manos de Cristo para que por su obra mediadora
redimiera al hombre y vindicara la autoridad y santidad de la ley
divina.
Toda comunicación entre el cielo y la raza caída se ha hecho por
medio de Cristo. Fué el Hijo de Dios quien dió a nuestros prime-
ros padres la promesa de la redención. Fué él quien se reveló a los
patriarcas. Adán, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, y Moisés comprendie-
ron el Evangelio. Buscaron la salvación por medio del Substituto y
Garante del ser humano. Estos santos varones de antaño comulgaron
con el Salvador que iba a venir al mundo en carne humana; y algunos
de ellos hablaron cara a cara con Cristo y con ángeles celestiales.
Cristo no sólo fué el que dirigía a los hebreos en el desierto—el
Angel en quien estaba el nombre de Jehová, y quien, velado en la
columna de nube, iba delante de la hueste—sino que también fué él
quien dió la ley a Israel. (
Véase el Apéndice, nota 10.
) En medio de
la terrible gloria del Sinaí, Cristo promulgó a todo el pueblo los diez