Página 335 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La ley y los dos pactos
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mandamientos de la ley de su Padre, y dió a Moisés esa ley grabada
en tablas de piedra.
Fué Cristo quien habló a su pueblo por medio de los profetas.
El apóstol Pedro, escribiendo a la iglesia cristiana, dice que los
que “profetizaron de la gracia que había de venir a vosotros, han
inquirido y diligentemente buscado, escudriñando cuándo y en qué
punto de tiempo significaba el
Espíritu de Cristo
que estaba en ellos,
el cual prenunciaba las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las
glorias después de ellas.”
1 Pedro 1:10, 11
. Es la voz de Cristo la que
nos habla por medio del Antiguo Testamento. “Porque el testimonio
de Jesús es el espíritu de la profecía.”
Apocalipsis 19:10
.
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En las enseñanzas que dió cuando estuvo personalmente aquí
entre los hombres, Jesús dirigió los pensamientos del pueblo hacia
el Antiguo Testamento. Dijo a los judíos: “Escudriñad las Escrituras,
porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas
son las que dan testimonio de mí.”
Juan 5:39
. En aquel entonces
los libros del Antiguo Testamento eran la única parte de la Biblia
que existía. Otra vez el Hijo de Dios declaró: “A Moisés y a los
profetas tienen: óiganlos.” Y agregó: “Si no oyen a Moisés y a
los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los
muertos.”
Lucas 16:29, 31
.
La ley ceremonial fué dada por Cristo. Aun después de ser abo-
lida, Pablo la presentó a los judíos en su verdadero marco y valor,
mostrando el lugar que ocupaba en el plan de la redención, así como
su relación con la obra de Cristo; y el gran apóstol declara que esta
ley es gloriosa, digna de su divino Originador. El solemne servi-
cio del santuario representaba las grandes verdades que habían de
ser reveladas a través de las siguientes generaciones. La nube de
incienso que ascendía con las oraciones de Israel representaba su
justicia, que es lo único que puede hacer aceptable ante Dios la ora-
ción del pecador; la víctima sangrante en el altar del sacrificio daba
testimonio del Redentor que había de venir; y el lugar santísimo
irradiaba la señal visible de la presencia divina. Así, a través de
siglos y siglos de tinieblas y apostasía, la fe se mantuvo viva en los
corazones humanos hasta que llegó el tiempo del advenimiento del
Mesías prometido.
Jesús era ya la luz de su pueblo, la luz del mundo, antes de venir
a la tierra en forma humana. El primer rayo de luz que penetró la