Página 357 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Los doce espías
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fertilidad de la tierra, todos los espías, menos dos de ellos, explicaron
ampliamente las dificultades y los peligros que arrostraría Israel
si emprendía la conquista de Canaán. Enumeraron las naciones
poderosas que había en las distintas partes del país, y dijeron que las
ciudades eran muy grandes y amuralladas, que el pueblo que vivía
allí era fuerte, y que sería imposible vencerlo. También manifestaron
que habían visto gigantes, los hijos de Anac, en aquella región; y
que era inútil pensar en apoderarse de la tierra.
Entonces cambió la escena. Mientras los espías expresaban los
sentimientos de sus corazones incrédulos y llenos de un desaliento
causado por Satanás, la esperanza y el ánimo se fueron trocando en
cobarde desesperación. La incredulidad arrojó una sombra lóbrega
sobre el pueblo, y éste se olvidó de la omnipotencia de Dios, tan a
menudo manifestada en favor de la nación escogida. El pueblo no se
detuvo a reflexionar ni razonó que Aquel que lo había llevado hasta
allí le daría ciertamente la tierra; no recordó cuán milagrosamente
Dios lo había librado de sus opresores, abriéndole paso a través de
la mar y destruyendo las huestes del faraón que lo perseguían. Hizo
caso omiso de Dios, y obró como si debiera depender únicamente
del poder de las armas.
En su incredulidad, los israelitas limitaron el poder de Dios, y
desconfiaron de la mano que hasta entonces los había dirigido feliz-
mente. Volvieron a cometer el error de murmurar contra Moisés y
Aarón. “Este es pues el fin de todas nuestras esperanzas—dijeron.—
Esta es la tierra para cuya posesión hicimos el largo viaje desde
Egipto.” Acusaron a sus jefes de engañar al pueblo y de atraer tribu-
lación sobre Israel.
El pueblo estaba desilusionado y desesperado. Se elevó un llanto
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de angustia que se entremezcló con el confuso murmullo de las vo-
ces. Caleb comprendió la situación, y lleno de audacia para defender
la palabra de Dios, hizo cuanto pudo para contrarrestar la influencia
maléfica de sus infieles compañeros. Calló el pueblo un momento
para escuchar sus palabras de aliento y esperanza con respecto a la
buena tierra. No contradijo lo que ya se había dicho; las murallas
eran altas, y los cananeos eran fuertes. Pero Dios había prometido la
tierra a Israel. “Subamos luego, y poseámosla—insistió Caleb;—que
más podremos que ella.”