Página 359 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Los doce espías
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En humillación y angustia, “Moisés y Aarón cayeron sobre sus
rostros delante de toda la multitud de la congregación de los hijos
de Israel,” sin saber qué hacer para desviarlos de su apasionado e
impetuoso propósito. Caleb y Josué trataron de apaciguar a la multi-
tud tumultuosa. Habiendo rasgado sus vestiduras en señal de dolor
e indignación, se precipitaron entre la gente y sus voces enérgicas
se oyeron por sobre la tempestad de lamentaciones y rebelde pesar:
“La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran
manera buena. Si Jehová se agradare de nosotros, él nos meterá en
esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto,
no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de aquesta tierra,
porque nuestro pan son: su amparo se ha apartado de ellos, y con
nosotros está Jehová: no los temáis.”
Los cananeos habían colmado la medida de su iniquidad, y el
Señor ya no podía tolerarlos. Ahora que les había retirado su protec-
ción, iban a resultar una presa fácil. El pacto de Dios había prometido
la tierra a Israel. Pero el falso informe de los espías infieles fué acep-
tado, y todo el pueblo fué engañado por él. Los traidores habían
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realizado su obra. Aun cuando sólo dos hombres hubiesen dado
malas noticias y los otros diez lo hubiesen animado a poseer la tierra
en el nombre del Señor, el pueblo, por su perversa incredulidad,
habría seguido el consejo de los dos en preferencia al de los diez.
Pero eran sólo dos los que abogaban por lo justo, mientras que diez
estaban de parte de la rebelión.
A grandes voces los espías infieles denunciaban a Caleb y a
Josué, y se elevó un clamor para pedir que se los apedreara. Asiendo
el populacho enloquecido piedras para matar a aquellos hombres
fieles, se precipitó hacia delante gritando frenéticamente, cuando
de repente las piedras se le cayeron de las manos, y temblando de
miedo enmudeció. Dios había intervenido para impedir su propósito
homicida. La gloria de su presencia, como una luz fulgurante, ilu-
minó el tabernáculo. Todo el pueblo presenció la manifestación del
Señor. Uno más poderoso que ellos se había revelado, y ninguno osó
continuar la resistencia. Los espías que trajeron el informe perverso,
se arrastraron aterrorizados, y con respiración entrecortada, en busca
de sus tiendas.
Moisés se levantó entonces y entró en el tabernáculo. El Señor le
declaró acerca del pueblo: “Yo le heriré de mortandad, y lo destruiré,