Página 360 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
y a ti te pondré sobre gente grande y más fuerte que ellos.” Pero
nuevamente Moisés intercedió por su pueblo. No podía consentir en
que fuese destruido, y que él, en cambio, se convirtiese en una nación
más poderosa. Apelando a la misericordia de Dios, dijo: “Ahora,
pues, yo te ruego que sea magnificada la fortaleza del Señor, como
lo hablaste, diciendo: Jehová, tardo de ira y grande en misericordia,
que perdona la iniquidad y la rebelión, ... perdona ahora la iniquidad
de este pueblo según la grandeza de tu misericordia, y como has
perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí.”
El Señor prometió no destruir inmediatamente a los israelitas;
pero a causa de la incredulidad y cobardía de ellos, no podía ma-
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nifestar su poder para subyugar a sus enemigos. Por consiguiente,
en su misericordia, les ordenó que como única conducta segura,
regresaran al mar Rojo.
En su rebelión el pueblo había exclamado: “¡Ojalá muriéramos
en este desierto!” Ahora se les había de conceder lo pedido. El Señor
declaró: “Vivo yo, ... que según habéis hablado a mis oídos, así haré
yo con vosotros: en este desierto caerán vuestros cuerpos; todos
vuestros contados según toda vuestra cuenta, de veinte años arriba,
los cuales habéis murmurado contra mí; vosotros a la verdad no
entraréis en la tierra, ... mas vuestros chiquitos, de los cuales dijisteis
que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra
que vosotros despreciasteis.” Y con respecto a Caleb dijo: “Empero
mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y cumplió de
ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su simiente
la recibirá en heredad.” Así como los espías habían estado cuarenta
días de viaje, las huestes de Israel iban a peregrinar en el desierto
durante cuarenta años.
Cuando Moisés comunicó la decisión divina al pueblo, la ira
de éste se trocó en luto. Todos sabían que el castigo era justo. Los
diez espías infieles, heridos divinamente por la plaga, perecieron a la
vista de todo Israel; y en la suerte de ellos el pueblo leyó su propia
condenación.
Los israelitas parecieron arrepentirse entonces sinceramente de
su conducta pecaminosa; pero se entristecían por el resultado de su
mal camino y no porque reconocieran su ingratitud y desobediencia.
Cuando vieron que el Señor era inflexible en su decreto, volvió
a despertarse su terca voluntad, y declararon que no volverían al