Página 361 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Los doce espías
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desierto. Al ordenarles que se retiraran de la tierra de sus enemigos,
Dios probó la sumisión aparente de ellos, y vió que no era verdadera.
Sabían que habían pecado gravemente al permitir que los dominaran
sentimientos temerarios, y al querer dar muerte a los espías que les
habían incitado a obedecer a Dios; pero sólo sintieron temor al darse
cuenta de que habían cometido un error fatal, cuyas consecuencias
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iban a resultarles desastrosas. No habían cambiado en su corazón
y sólo necesitaban una excusa para rebelarse otra vez. Esta excusa
se les presentó cuando Moisés les ordenó por autoridad divina que
regresaran al desierto.
El decreto de que Israel no entraría en la tierra de Canaán por
cuarenta años fué una amarga desilusión para Moisés, Aarón, Caleb
y Josué; pero aceptaron sin murmurar la decisión divina. Por el con-
trario, los que habían estado quejándose de cómo Dios los trataba
y declarando que querían volver a Egipto, lloraron y se lamentaron
grandemente cuando les fueron quitadas las bendiciones que habían
menospreciado. Se habían quejado por nada, y ahora Dios les da-
ba verdaderos motivos de llorar. Si se hubieran lamentado por su
pecado cuando les fué presentado fielmente, no se habría pronun-
ciado esta sentencia; pero se afligían por el castigo; su dolor no era
arrepentimiento, y por lo tanto, no podía obtener la revocación de su
sentencia.
Pasaron toda la noche lamentándose; pero por la mañana, renació
en ellos la esperanza. Resolvieron redimir su cobardía. Cuando
Dios les había mandado que siguieran hacia adelante y tomaran
posesión de la tierra, habían rehusado hacerlo; ahora, cuando Dios
les ordenaba que se retiraran, se negaron igualmente a obedecer sus
órdenes. Decidieron apoderarse de la tierra; pudiera ser que Dios
aceptara su obra, y cambiara su propósito hacia ellos.
Dios les había dado el privilegio y el deber de entrar en la tierra
en el tiempo que les señalara; pero debido a su negligencia volun-
taria, se les había retirado ese permiso. Satanás había logrado su
objeto de impedirles la entrada a Canaán; y ahora los incitaba a que,
contrariando la prohibición divina, hicieran precisamente aquello
que habían rehusado hacer cuando Dios se lo había mandado. En
esa forma, el gran engañador logró la victoria al incitarlos por se-
gunda vez a la rebelión. Habían desconfiado de que el poder de Dios
acompañara sus esfuerzos por obtener la posesión de Canaán; pero