Página 362 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
ahora confiaron excesivamente en sus propias fuerzas y quisieron
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realizar la obra sin la ayuda divina. “Pecado hemos contra Jehová—
gritaron;—nosotros subiremos y pelearemos, conforme a todo lo que
Jehová nuestro Dios nos ha mandado.”
Deuteronomio 1:41
. ¡Cuán
terriblemente enceguecidos los había dejado su transgresión! Jamás
les había mandado el Señor que subieran y pelearan. No quería él
que obtuvieran posesión de la tierra por la guerra, sino mediante la
obediencia estricta a sus mandamientos.
Aunque sin sufrir el menor cambio de corazón, el pueblo había
confesado cuán inicua y estúpida había sido su rebelión al oír el
relato de los espías. Ahora veían el valor de la bendición que tan
impetuosamente habían desechado. Confesaron que su propia incre-
dulidad era la que les había vedado la entrada a Canaán. “Pecado
hemos contra Jehová,” dijeron, y reconocieron que la culpa era de
ellos, y no de Dios, a quien tan inicuamente habían acusado de no
cumplir las promesas que les hiciera. A pesar de que su confesión
no provenía de un arrepentimiento verdadero, sirvió para vindicar la
justicia con que Dios los había tratado.
Aun hoy obra el Señor en forma similar para glorificar su nom-
bre e inducir a los hombres a reconocer su justicia. Cuando los
que profesan amarle se quejan de su providencia, menosprecian sus
promesas, y, cediendo a la tentación, se unen a los ángeles malos
para hacer fracasar los propósitos de Dios, con frecuencia el Señor
predomina sobre las circunstancias de tal manera que trae a estas
personas al punto donde, aunque no se hayan arrepentido de co-
razón, se convencerán de que son pecadoras y se verán obligadas
a reconocer la maldad de su camino, y la justicia y la bondad con
que las trató Dios. Así es cómo Dios crea medios de contrarrestar
y hacer manifiestas las obras de las tinieblas. Y a pesar de que el
espíritu que incitó a aquellas personas a seguir su impía conducta no
ha cambiado radicalmente, ellas hacen confesiones que vindican el
honor de Dios, y justifican a aquellos que las reprendieron fielmente
y a quienes resistieron y calumniaron. Así será cuando por fin se
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derrame la ira de Dios, cuando el Señor venga “con sus santos mi-
llares, a hacer juicio contra todos, y a convencer a todos los impíos
de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad.” (Jud. 14, 15.)
Todo pecador se verá compelido a ver y reconocer la justicia de su
condenación.