Página 379 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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En el desierto
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hombre bajo custodia mientras se averiguaba cuál era la voluntad
del Señor. Dios mismo pronunció la sentencia; y por orden divina
se condujo al blasfemador fuera del campamento, y allí se le dió
muerte por apedreamiento. Los que habían presenciado el pecado
colocaron las manos sobre la cabeza de él, atestiguando así solem-
nemente la veracidad del cargo que se le hacía. Luego le tiraron las
primeras piedras, y el pueblo que estaba cerca participó después en
la ejecución de la sentencia.
A esto siguió la promulgación de una nueva ley que había de
aplicarse a ofensas semejantes: “Y a los hijos de Israel hablarás,
diciendo: Cualquiera que maldijere a su Dios, llevará su iniquidad.
Y el que blasfemare el nombre de Jehová, ha de ser muerto; toda
la congregación lo apedreará: así el extranjero como el natural, si
blasfemare el Nombre, que muera.”
Éxodo 21:17
.
Hay quienes expresan dudas acerca del amor y la justicia de Dios
al aplicar un castigo tan severo por un delito consistente en palabras
habladas en un momento de acaloramiento. Pero tanto el amor como
la justicia exigen que se demuestre que las palabras inspiradas por
la malicia contra Dios constituyen un gran pecado. El castigo que
se le impuso al primer ofensor había de advertir a los demás que
el nombre de Dios debe reverenciarse. Pero si el pecado de este
hombre hubiese quedado impune, otros se habrían desmoralizado;
y como resultado eventual habría sido necesario sacrificar muchas
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vidas.
La “multitud mixta” que acompañaba a los israelitas desde Egip-
to daba continuamente origen a dificultades y tentaciones. Los que
la componían decían haber renunciado a la idolatría y profesaban
adorar al Dios verdadero; pero su educación y disciplina anterio-
res habían moldeado sus hábitos y sus caracteres, de modo que en
mayor o menor medida estaban corrompidos por la idolatría y la
irreverencia hacia Dios. Ellos eran los que más a menudo suscitaban
contiendas; eran los primeros en quejarse, y corrompían el campa-
mento con sus prácticas idólatras y sus murmuraciones contra Dios.
Poco después del regreso al desierto, ocurrió un ejemplo de viola-
ción del sábado, en circunstancias que dieron especial culpabilidad
al caso. Al anunciar el Señor que desheredaría a Israel, se despertó
un espíritu de rebelión. Un hombre del pueblo, airado por haber sido
excluído de Canaán, resolvió desafiar abiertamente la ley de Dios,