Página 380 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
y se atrevió a violar públicamente el cuarto mandamiento, salien-
do a recoger leña en sábado. Se había prohibido terminantemente
encender fuego el séptimo día durante la estada en el desierto. La
prohibición no había de extenderse a la tierra de Canaán, donde la
severidad del clima haría a menudo necesario que se tuviese fuego;
pero éste no se necesitaba en el desierto para calentarse. El acto
llevado a cabo por este hombre era una violación voluntaria y deli-
berada del cuarto mandamiento. Era un pecado, no de negligencia,
sino de presunción.
Se le sorprendió mientras lo cometía, y se le llevó ante Moisés.
Ya se había declarado que la violación del sábado sería castigada
de muerte; pero aun no se había revelado cómo debía ejecutarse la
pena. Moisés presentó el caso al Señor, y se le dió la orden: “Irre-
misiblemente muera aquel hombre; apedréelo con piedras toda la
congregación fuera del campo.”
Números 15:35
. Los pecados de
blasfemia y violación voluntaria del sábado recibieron el mismo cas-
tigo, pues eran ambos una expresión de menosprecio por la autoridad
de Dios.
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En nuestros días, muchos rechazan el sábado de la creación como
si fuese una institución judaica, y alegan que si se lo ha de guardar
debe aplicarse la pena capital por su violación; pero vemos que
la blasfemia recibió el mismo castigo que la violación del sábado.
¿Hemos de concluir, por lo tanto, que el tercer mandamiento también
se ha de poner a un lado como algo que se aplica solamente a los
judíos? Sin embargo, el argumento que se basa en la pena de muerte
es tan aplicable al tercer mandamiento, al quinto, o a casi todos los
diez mandamientos, como al cuarto. Aunque Dios no castigue la
transgresión de su ley con penas temporales, su Palabra declara que
la paga del pecado es la muerte; y en la ejecución final del juicio
se descubrirá que la muerte es el destino de los transgresores de su
santa ley.
Durante los cuarenta años que los israelitas permanecieron en el
desierto, el milagro del maná les recordó cada semana la obligación
sagrada del sábado. Sin embargo, ni aun esto les inducía a obedecer.
Aunque no se atrevían a cometer transgresiones tan osadas como la
que recibiera tan señalado castigo, eran sin embargo muy negligentes
en la observancia del cuarto mandamiento. Dios declara por medio
de su profeta: “Mis sábados profanaron en gran manera.” Véase