Página 383 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La roca herida
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Una vez establecidos en Canaán, los israelitas se acostumbraron
a celebrar con demostraciones de gran regocijo el flujo del agua
de la roca en el desierto. En la época de Cristo esta celebración se
había convertido en una ceremonia muy impresionante. Se realizaba
en ocasión de la fiesta de las cabañas, cuando el pueblo de todo el
país se congregaba en Jerusalén. Durante los siete días de la fiesta
los sacerdotes salían cada día acompañados de música y del coro
de los levitas, a sacar en un recipiente de oro agua de la fuente de
Siloé. Iban seguidos por grandes multitudes de adoradores, de los
cuales tantos como podían acercarse al agua bebían de ella, mientras
se elevaban los acordes llenos de júbilo: “Sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salud.”
Isaías 12:3
. Luego el agua sacada por
los sacerdotes era conducida al templo en medio de la algazara de
las trompetas y de los cantos solemnes: “Nuestros pies estuvieron
en tus puertas, oh Jerusalem.”
Salmos 122:2
. El agua se derramaba
sobre el altar del holocausto, mientras que repercutían los cantos de
alabanza y las multitudes se unían en coros triunfales acompañados
por instrumentos de música y trompetas de tono profundo.
El Salvador utilizó este servicio simbólico para dirigir la atención
del pueblo a las bendiciones que él había venido a traerles. “En el
postrer día grande de la fiesta” se oyó su voz en tono que resonó
por todos los ámbitos del templo, diciendo: “Si alguno tiene sed,
venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos
de agua viva correrán de su vientre.” “Y esto—dice Juan—dijo del
Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él.”
Juan 7:37-39
.
El agua refrescante que brota en tierra seca y estéril, hace florecer el
desierto y fluye para dar vida a los que perecen, es un emblema de
la gracia divina que sólo Cristo puede conceder, y que, como agua
viva, purifica, refrigera y fortalece el alma. Aquel en quien mora
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Cristo tiene dentro de sí una fuente eterna de gracia y fortaleza. Jesús
alegra la vida y alumbra el sendero de todos aquellos que le buscan
de todo corazón. Su amor, recibido en el corazón, se manifestará en
buenas obras para la vida eterna. Y no sólo bendice al alma de la
cual brota, sino que la corriente viva fluirá en palabras y acciones
justas, para refrescar a los sedientos que la rodean.
Cristo empleó la misma figura en su conversación con la mujer
de Samaria al lado del pozo de Jacob: “Mas el que bebiere del agua
que yo le daré, para siempre no tendrá sed; mas el agua que yo le