Página 385 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La roca herida
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Tenían ahora a la vista las colinas de Canaán. Unos pocos días
de camino los llevarían a las fronteras de la tierra prometida. Se
hallaban a poca distancia de Edom, la tierra que pertenecía a los des-
cendientes de Esaú, a través de la cual pasaba la ruta hacia Canaán.
A Moisés se le había dado la orden: “Volveos al aquilón. Y manda al
pueblo, diciendo: Pasando vosotros por el término de vuestros her-
manos los hijos de Esaú, que habitan en Seír, ellos tendrán miedo de
vosotros.... Compraréis de ellos por dinero las viandas, y comeréis;
y también compraréis de ellos el agua, y beberéis.”
Deuteronomio
2:3-6
. Estas instrucciones debieran haber bastado para explicarles
por qué se les había cortado la provisión de agua: estaban por cruzar
un país bien regado y fértil, en camino directo hacia la tierra de
Canaán. Dios les había prometido que pasarían sin molestias por
Edom, y que tendrían oportunidad de comprar alimentos y agua
suficiente para suplir a toda la hueste. La cesación del milagroso
flujo de agua debiera haber sido motivo de regocijo, una señal de
que la peregrinación por el desierto había terminado. Lo habrían
comprendido si no los hubiera cegado la incredulidad. Pero lo que
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debió ser evidencia de que se cumplía la promesa de Dios, se hizo
motivo de duda y murmuración. El pueblo pareció haber renunciado
a toda esperanza de que Dios lo pondría en posesión de la tierra de
Canaán, y clamó por las bendiciones del desierto.
Antes de que Dios les permitiese entrar en la tierra de Canaán,
los israelitas debían demostrar que creían en su promesa. El agua
dejó de fluir antes que llegaran a Edom. Tuvieron pues, por lo menos
durante un corto tiempo, oportunidad de andar por la fe en vez de
andar confiados en lo que veían. Pero la primera prueba despertó el
mismo espíritu turbulento y desagradecido que habían manifestado
sus padres. En cuanto se oyó clamar por agua en el campamento,
se olvidaron de la mano que durante tantos años había suplido sus
necesidades, y en lugar de pedir ayuda a Dios, murmuraron contra él,
exclamando en su desesperación: “¡Ojalá que nosotros hubiéramos
muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová!”
Números 20:1-13
. Es decir que desearon haberse contado entre los
que fueron destruidos en la rebelión de Coré.
Sus clamores se dirigían contra Moisés y contra Aarón: “¿Por
qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para
que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has