Página 386 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de
sementera, de higueras, de viñas, ni granadas: ni aun de agua para
beber.”
Los jefes fueron a la puerta del tabernáculo, y se postraron.
Nuevamente “la gloria de Jehová apareció sobre ellos,” y Moisés
recibió la orden: “Toma la vara, y reune la congregación, tú y Aarón
tu hermano, y hablad a la peña en ojos de ellos; y ella dará su agua,
y les sacarás agua de la peña.”
Los dos hermanos se presentaron ante el pueblo, llevando Moisés
la vara de Dios en la mano. Ambos eran ya hombres muy ancianos.
Habían sobrellevado mucho tiempo la rebelión y la testarudez de
Israel; pero ahora por último aun la paciencia de Moisés se agotó.
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“Oíd ahora, rebeldes—exclamó:—¿os hemos de hacer salir aguas
de esta peña?” Y en vez de hablar a la roca, como Dios le había
mandado, la hirió dos veces con la vara.
El agua brotó en abundancia para satisfacer a la hueste. Pero se
había cometido un gran agravio. Moisés había hablado, movido por
la irritación; sus palabras expresaban la pasión humana más bien
que una santa indignación porque Dios había sido deshonrado. “Oíd
ahora, rebeldes,” había dicho. La acusación era veraz, pero ni aun la
verdad debe decirse apasionada o impacientemente. Cuando Dios le
había mandado a Moisés que acusara a los israelitas de rebelión, las
palabras habían sido dolorosas para él y difíciles de soportar para
ellos; sin embargo, Dios le había sostenido a él para dar el mensaje.
Pero cuando se arrogó la responsabilidad de acusarlos, contristó al
Espíritu de Dios y sólo le hizo daño al pueblo. Evidenció su falta
de paciencia y de dominio propio. Así dió al pueblo oportunidad de
dudar de que sus procedimientos anteriores hubieran sido dirigidos
por Dios, y de excusar sus propios pecados. Tanto Moisés como
los hijos de Israel habían ofendido a Dios. Su conducta, dijeron
ellos, había merecido desde un principio crítica y censura. Ahora
habían encontrado el pretexto que deseaban para rechazar todas las
reprensiones que Dios les había mandado por medio de su siervo.
Moisés demostró que desconfiaba de Dios. “¿Os hemos de hacer
salir aguas de esta peña?” preguntó él, como si el Señor no fuera a
cumplir lo que había prometido. “No creísteis en mí, para santifi-
carme en ojos de Israel,” dijo el Señor a los dos hermanos. Cuando
el agua dejó de fluir y al oír las murmuraciones y la rebelión del