Página 387 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La roca herida
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pueblo, vaciló la fe de ambos en el cumplimiento de las promesas de
Dios. La primera generación había sido condenada a perecer en el
desierto a causa de su incredulidad; pero se veía el mismo espíritu en
sus hijos. ¿Dejarían éstos también de recibir la promesa? Cansados
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y desalentados, Moisés y Aarón no habían hecho esfuerzo alguno
para detener la corriente del sentimiento popular. Si ellos mismos
hubiesen manifestado una fe firme en Dios, habrían podido presentar
el asunto al pueblo en forma tal que lo hubiera capacitado para so-
portar esta prueba. Por el ejercicio rápido y decisivo de la autoridad
que se les había otorgado como magistrados, habrían sofocado la
murmuración. Era su deber hacer todo lo que estuviese a su alcance
por crear un estado mejor de cosas entre el pueblo antes de pedir a
Dios que hiciera la obra por ellos. Si en Cades se hubiese evitado
a tiempo la murmuración, ¡cuántos males subsiguientes se habrían
evitado!
Por su acto temerario Moisés restó fuerza a la lección que Dios
se proponía enseñar. Siendo la roca un símbolo de Cristo, había
sido herida una vez, como Cristo había de ser ofrecido una vez. La
segunda vez bastaba hablar a la roca, así como ahora sólo tenemos
que pedir las bendiciones en el nombre de Jesús. Al herir la roca por
segunda vez, se destruyó el significado de esta bella figura de Cristo.
Más aún, Moisés y Aarón se habían arrogado un poder que sólo
pertenece a Dios. La necesidad de que Dios interviniera daba gran
solemnidad a la ocasión, y los jefes de Israel debieran haberse valido
de ella para inculcar en la gente reverencia hacia Dios y fortalecer su
fe en el poder y la bondad de Dios. Cuando exclamaron airadamente:
“¿Os
hemos
de hacer salir aguas de esta peña?” se pusieron en
lugar de Dios, como si dispusieran de poder ellos mismos, seres
sujetos a las debilidades y pasiones humanas. Abrumado por la
continua murmuración y rebelión del pueblo, Moisés perdió de
vista a su Ayudador Omnipotente, y sin la fuerza divina se le dejó
manchar su foja de servicios por una manifestación de debilidad
humana. El hombre que hubiera podido conservarse puro, firme y
desinteresado hasta el final de su obra, fué vencido por último. Dios
quedó deshonrado ante la congregación de Israel, cuando debió ser
engrandecido y ensalzado.
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En esta ocasión, Dios no dictó juicios contra los impíos cuyo
procedimiento inicuo había provocado tanta ira en Moisés y Aarón.