Página 388 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Toda la reprensión cayó sobre los dos jefes. Los que representaban
a Dios no le habían honrado. Moisés y Aarón se habían sentido
agraviados, y no habían tenido en cuenta que las murmuraciones del
pueblo no eran contra ellos, sino contra Dios. Por mirar a sí mismos
y apelar a sus propias simpatías, habían caído inconscientemente en
pecado, y no expusieron al pueblo la gran culpabilidad en que había
incurrido ante Dios.
Amargo y profundamente humillante fué el juicio que se pro-
nunció en seguida. “Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no
creísteis en mí, para santificarme en ojos de los hijos de Israel, por
tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado.”
Juntamente con el rebelde Israel, habrían de morir antes de que se
cruzara el Jordán. Si Moisés y Aarón se hubieran tenido en alta esti-
ma o si hubieran dado rienda suelta a un espíritu apasionado frente
a la amonestación y reprensión divinas, su culpa habría sido mucho
mayor. Pero no se los podía acusar de haber pecado intencionada y
deliberadamente; habían sido vencidos por una tentación repentina,
y su contrición fué inmediata y de todo corazón. El Señor aceptó su
arrepentimiento, aunque, a causa del daño que su pecado pudiera
ocasionar entre el pueblo, no podía remitir el castigo.
Moisés no ocultó su sentencia, sino que le dijo al pueblo que
por no haber atribuído la gloria a Dios, no lo podría introducir en la
tierra prometida. Lo invitó a que notara cuán severo era el castigo
que se le infligía, y luego considerara cómo debía de juzgar Dios
sus murmuraciones y su modo de atribuir a un simple hombre los
juicios que habían merecido todos por sus pecados. Les explicó
cómo había suplicado a Dios que le remitiera la sentencia y ello
le había sido negado. “Mas Jehová se había enojado contra mí por
causa de vosotros—dijo,—por lo cual no me oyó.”
Deuteronomio
3:26
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Cada vez que se vieran en dificultad o prueba, los israelitas
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habían estado dispuestos a culpar a Moisés por haberlos sacado de
Egipto, como si Dios no hubiese intervenido en el asunto. Durante
toda su peregrinación, cuando se quejaban de las dificultades del
camino y murmuraban contra sus jefes, Moisés les decía: “Vuestra
murmuración se dirige contra Dios. El, y no yo, es quien os libró.”
Pero con sus palabras precipitadas ante la roca: “¿Os hemos de hacer
salir aguas?” admitía virtualmente el cargo que ellos le hacían, y