Página 389 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La roca herida
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con ello los habría de confirmar en su incredulidad y justificaría
sus murmuraciones. El.Señor quería eliminar para siempre de su
mente esta impresión al prohibir a Moisés que entrara en la tierra
prometida. Ello probaba en forma inequívoca que su caudillo no era
Moisés, sino el poderoso Angel de quien el Señor había dicho: “He
aquí yo envío el Angel delante de ti para que te guarde en el camino,
y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de
él, y oye su voz ... porque mi nombre está en él.”
Éxodo 23:20, 21
.
“Jehová se había enojado contra mí por causa de vosotros,” dijo
Moisés. Todos los ojos de Israel estaban fijos en Moisés, y su pecado
arrojaba una sombra sobre Dios, que le había escogido como jefe de
su pueblo. Toda la congregación sabía de la transgresión; y si se la
hubiera pasado por alto como cosa sin importancia, se habría creado
la impresión de que bajo una gran provocación la incredulidad y la
impaciencia podían excusarse entre aquellos que ocupaban elevados
cargos de responsabilidad. Pero cuando se declaró que, a causa de
aquel pecado único, Moisés y Aarón no habrían de entrar en Canaán,
el pueblo se dió cuenta de que Dios no hace acepción de personas,
sino que ciertamente castiga al transgresor.
La historia de Israel debía escribirse para la instrucción y ad-
vertencia de las generaciones venideras. Los hombres de todos los
tiempos habrían de ver en el Dios del cielo a un Soberano imparcial
que en ningún caso justifica el pecado. Pero pocos se dan cuenta de
la excesiva gravedad del pecado. Los hombres se lisonjean de que
Dios es demasiado bueno para castigar al transgresor. Sin embargo,
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a la luz de la historia bíblica es evidente que la bondad de Dios y su
amor le compelen a tratar el pecado como un mal fatal para la paz y
la felicidad del universo.
Ni siquiera la integridad y la fidelidad de Moisés pudieron evi-
tarle la retribución que merecía su culpa. Dios había perdonado al
pueblo transgresiones mayores; pero no podía tratar el pecado de
los caudillos como el de los acaudillados. Había honrado a Moisés
por sobre todos los hombres de la tierra. Le había revelado su gloria,
y por su intermedio había comunicado sus estatutos a Israel. El he-
cho de que Moisés había gozado de grandes luces y conocimientos,
agravaba tanto más su pecado. La fidelidad de tiempos pasados no
expiará una sola mala acción. Cuanto mayores sean las luces y los