Página 390 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
privilegios otorgados al hombre, tanto mayor será su responsabilidad,
tanto más graves sus fracasos y faltas, y tanto mayor su castigo.
Según el juicio humano, Moisés no era culpable de un gran cri-
men; su pecado era una falta común. El salmista dice que “habló
inconsideradamente con sus labios.”
Salmos 106:33 (VM)
. En opi-
nión de los hombres, ello puede parecer cosa ligera; pero si Dios
trató tan severamente este pecado en su siervo más fiel y honrado,
no lo disculpará ciertamente en otros. El espíritu de ensalzamiento
propio, la inclinación a censurar a nuestros hermanos, desagrada
sumamente a Dios. Los que se dejan dominar por estos males arrojan
dudas sobre la obra de Dios, y dan a los escépticos motivos para
disculpar su incredulidad. Cuanto más importante sea el cargo de
uno, y tanto mayor sea su influencia, tanto más necesitará cultivar la
paciencia y la humildad.
Si los hijos de Dios, especialmente los que ocupan puestos de
responsabilidad, se dejan inducir a atribuirse la gloria que sólo a
Dios se debe, Satanás se regocija. Ha ganado una victoria. Así
fué cómo él cayó, y así es cómo obtiene el mayor éxito en sus
tentaciones para arruinar a otros. Para ponernos precisamente en
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guardia contra sus artimañas, Dios nos ha dado en su Palabra muchas
lecciones que recalcan el peligro del ensalzamiento propio. No hay
en nuestra naturaleza impulso alguno ni facultad mental o tendencia
del corazón, que no necesite estar en todo momento bajo el dominio
del Espíritu de Dios. No hay bendición alguna otorgada por Dios al
hombre, ni prueba permitida por él, que Satanás no pueda ni desee
aprovechar para tentar, acosar y destruir el alma, si le damos la menor
ventaja. En consecuencia, por grande que sea la luz espiritual de
uno, por mucho que goce del favor y de las bendiciones divinas,
debe andar siempre humildemente ante el Señor, y suplicar con fe a
Dios que dirija cada uno de sus pensamientos y domine cada uno de
sus impulsos.
Todos los que profesan la vida piadosa tienen la más sagrada
obligación de guardar su espíritu y de dominarse ante las mayores
provocaciones. Las cargas impuestas a Moisés eran muy grandes;
pocos hombres fueron jamás probados tan severamente como lo fué
él; sin embargo, ello no excusó su pecado. Dios proveyó amplia-
mente en favor de sus hijos; y si ellos confían en su poder, nunca
serán juguete de las circunstancias. Ni aun las mayores tentaciones