Página 394 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
antes de aplicar sus juicios. Enseñó a los israelitas a pasar sin hacer
daño a Edom, antes de exigirles que destruyeran a los habitantes de
Canaán.
Los antepasados de Edom y de Israel eran hermanos, y debie-
ran haber reinado entre ellos la bondad y la cortesía fraternal. Se
les prohibió a los israelitas que vengaran entonces o en cualquier
momento futuro, la afrenta que se les había hecho al negarles el paso
por la tierra. No debían contar con poseer parte alguna de la tierra
de Edom. Aunque los israelitas eran el pueblo escogido y favorecido
de Dios, debían obedecer todas las restricciones que él les imponía.
Dios les había prometido una buena herencia; pero no habían de
creer por eso que ellos eran los únicos que tenían derechos en la
tierra, ni tratar de expulsar a todos los demás. Se les ordenó que al
tratar con los edomitas no les hiciesen injusticia. Habían de comer-
ciar con ellos, comprarles lo que necesitaran y pagar puntualmente
por todo lo que recibieran. Como aliciente para que Israel confiara
en Dios y obedeciera a su palabra, se le recordó: “Jehová tu Dios
te ha bendecido en toda obra de tus manos,... y ninguna cosa te ha
faltado.”
Deuteronomio 2:7
. Israel no dependía de los edomitas, pues
tenía un Dios rico y abundante en recursos. Nada debía procurar
de ellos por la fuerza o el fraude, sino que más bien en todas sus
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relaciones debía poner en práctica este principio de la ley divina:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Si los hebreos hubiesen cruzado Edom como Dios se había
propuesto, su paso habría resultado en una bendición, no sólo para
ellos, sino también para los habitantes de la tierra; pues les habría
permitido conocer al pueblo de Dios y su culto, y ver cómo el Dios
de Jacob había prosperado a los que le amaban y le temían. Pero la
incredulidad de Israel había impedido todo esto. Dios le había dado
al pueblo agua en contestación a sus clamores, pero hubo de dejar
que de su incredulidad proviniera su castigo. Nuevamente debían
cruzar el desierto y saciar su sed en la fuente milagrosa que no
habrían necesitado más si tan sólo hubieran confiado en él.
Las huestes de Israel se encaminaron, pues, nuevamente hacia el
sur por tierras estériles, que les parecían aún más áridas después de
haber obtenido vislumbres de los campos verdes entre las colinas y
los valles de Edom. En la sierra que domina este sombrío desierto,
se levanta el monte Hor, en cuya cima había de morir y ser sepultado