Página 395 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El viaje alrededor de Edom
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Aarón. Cuando los israelitas llegaron a este monte, recibió Moisés la
siguiente orden divina: “Toma a Aarón y a Eleazar su hijo, y hazlos
subir al monte de Hor, y haz desnudar a Aarón sus vestidos, y viste
de ellos a Eleazar su hijo; porque Aarón será reunido a sus pueblos,
y allí morirá.”
Números 20:22-29
.
Juntos los dos ancianos, acompañados del hombre más joven,
ascendieron trabajosamente a la cumbre del monte. La cabeza de
Moisés y de Aarón estaban ya blancas con la nieve de ciento veinte
inviernos. Su vida larga y llena de acontecimientos se había distin-
guido por las pruebas más profundas y los mayores honores que
jamás le hayan tocado en suerte a ser humano alguno. Eran hombres
de gran capacidad natural, y todas sus facultades habían sido desa-
rrolladas, exaltadas y dignificadas por su comunión constante con el
Infinito. Habían dedicado toda su vida a trabajar desinteresadamen-
te para Dios y sus semejantes; sus semblantes daban evidencia de
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mucho poder intelectual, firmeza, nobleza de propósitos y fuertes
afectos.
Durante muchos años, Moisés y Aarón habían caminado juntos,
ayudándose mutuamente en sus cuidados y en sus labores. Juntos
habían arrostrado innumerables peligros, y habían compartido la
señalada bendición de Dios; pero ya había llegado la hora en que
debían separarse. Marchaban lentamente, pues cada momento que
pasaban en su compañía mutua les resultaba sumamente precioso.
El ascenso era escarpado y penoso; y durante sus frecuentes paradas
para descansar, conversaban en perfecta comunión acerca del pasado
y del futuro. Ante ellos, hasta donde se perdía la vista, se extendía el
escenario de su peregrinación por el desierto. Abajo, en la llanura,
acampaban los vastos ejércitos de Israel, a los cuales estos hombres
escogidos habían dedicado la mejor parte de su vida; por cuyo
bienestar habían sentido tan profundo interés y habían hecho tan
grandes sacrificios. En algún sitio más allá de las montañas de Edom,
estaba la senda que conducía a la tierra prometida, aquella tierra de
cuyas bendiciones Moisés y Aarón no gozarían. Ningún sentimiento
rebelde había en su corazón. Ninguna murmuración salió de sus
labios, aunque una tristeza solemne embargó sus semblantes cuando
recordaron lo que les impedía llegar a la herencia de sus padres.
La obra de Aarón en favor de Israel había terminado. Cuarenta
años antes, a la edad de ochenta y tres años, Dios le había llamado