Página 399 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

El viaje alrededor de Edom
395
paron a él de todas sus desgracias. Sintieron amargura con respecto
al trato de Dios con ellos, y por último, sintieron descontento por
todo. Egipto les parecía más halagüeño y deseable que la libertad y
la tierra a la cual Dios les conducía.
Cuando los israelitas daban rienda suelta a su espíritu de des-
contento, llegaban hasta encontrar faltas en las mismas bendiciones
que recibían: “Y habló el pueblo contra Dios y Moisés: ¿Por qué
nos hicisteis subir de Egipto para que muramos en este desierto?
que ni hay pan, ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan
liviano.”
Números 21:5
.
Moisés indicó fielmente al pueblo la magnitud de su pecado.
Era tan sólo el poder de Dios lo que les había conservado la vida
en el “desierto grande y espantoso, de serpientes ardientes, y de
escorpiones, y de sed, donde ningún agua había.”
Deuteronomio
8:15
. Cada día de su peregrinación habían sido guardados por un
milagro de la divina misericordia. En toda la ruta en que Dios los
había conducido, habían encontrado agua para los sedientos, pan del
cielo que les mitigara el hambre, y paz y seguridad bajo la sombra
de la nube de día y el resplandor de la columna de fuego de noche.
Los ángeles les habían asistido mientras subían las alturas rocosas
o transitaban por los ásperos senderos del desierto. No obstante las
penurias que habían soportado, no había una sola persona débil en
todas sus filas. Los pies no se les habían hinchado en sus largos
viajes, ni sus ropas habían envejecido. Dios había subyugado y
[456]
dominado ante su paso las fieras y los reptiles ponzoñosos del bosque
y del desierto. Si a pesar de todos estos notables indicios de su
amor el pueblo continuaba quejándose, el Señor iba a retirarle su
protección hasta cuando llegara a apreciar su misericordioso cuidado
y se volviera hacia él, arrepentido y humillado.
Porque había estado escudado por el poder divino, Israel no se
había dado cuenta de los innumerables peligros que lo habían rodea-
do continuamente. En su ingratitud e incredulidad había declarado
que deseaba la muerte, y ahora el Señor permitió que la muerte le
sobreviniera. Las serpientes venenosas que pululaban en el desierto
eran llamadas serpientes ardientes a causa de los terribles efectos de
su mordedura, pues producía una inflamación violenta y la muerte
al poco rato. Cuando la mano protectora de Dios se apartó de Israel,
muchísimas personas fueron atacadas por estos reptiles venenosos.