Página 406 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
israelitas no habían manifestado hostilidad en todos sus viajes y
campamentos frente a las tierras de Edom, de Moab y de Amón,
ni habían hecho daño alguno a la gente o a sus propiedades. Al
llegar a la frontera de los amorreos, Israel había solicitado permi-
so para atravesar directamente el país, prometiendo que observaría
las mismas reglas que habían regido su trato con otras naciones.
Cuando el rey amorreo rehusó lo pedido con cortesía, y en señal de
desafío congregó a sus ejércitos para la batalla, se colmó la copa de
la iniquidad de ese pueblo, y ahora Dios iba a ejercer su poder para
derrocarlo.
Los israelitas cruzaron el río Arnón, y avanzaron sobre el enemi-
go. Se libró un combate, en el cual los ejércitos de Israel salieron
victoriosos, y aprovechando la ventaja obtenida estuvieron pronto en
posesión de la tierra de los amorreos. Fué el Capitán de los ejércitos
del Señor el que venció a los enemigos de su pueblo; y habría hecho
lo mismo treinta y ocho años antes, si Israel hubiera confiado en él.
Henchidos de esperanza y ánimo, los ejércitos de Israel avan-
zaron con ardor y, siguiendo hacia el norte, pronto llegaron a una
tierra que podía probar muy bien su valor y su fe en Dios. Ante
ellos se extendía el reino de Basán, poderoso y muy poblado, lleno
de ciudades de piedra que hasta hoy inspiran asombro al mundo,
“sesenta ciudades ... fortalecidas con alto muro, con puertas y barras;
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sin otras muy muchas ciudades sin muro.” Véase
Deuteronomio 3:1-
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. Las casas se habían construído con enormes piedras negras, de
dimensiones tan estupendas que hacían los edificios absolutamente
inexpugnables para cualquier ejército que en aquellos tiempos los
pudiera atacar. Era un país lleno de cavernas salvajes, altos precipi-
cios, simas abiertas y rocas escarpadas. Los habitantes de esa tierra,
descendientes de una raza de gigantes, eran ellos mismos de fuerza
y tamaño asombrosos, y tanto se distinguían por su violencia y su
crueldad, que aterrorizaban a las naciones circunvecinas; mientras
que Og, rey del país, se destacaba por su tamaño y sus proezas, aun
en una nación de gigantes.
Pero la columna de nube avanzaba y, guiados por ella, los ejérci-
tos hebreos llegaron hasta Edrei, donde los esperaba el gigante, con
sus ejércitos. Og había escogido hábilmente el sitio de la batalla. La
ciudad de Edrei estaba situada en la orilla de una meseta cubierta de
rocas volcánicas y desgarradas que se levantaba abruptamente de la