Página 407 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La conquista de Basán
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planicie. Sólo podía llegarse a la ciudad por desfiladeros angostos y
escarpados. En caso de ser derrotadas, sus fuerzas podrían encon-
trar en aquel desierto de rocas un refugio donde los extranjeros no
podrían perseguirlas.
Seguro de su éxito, el rey salió con su enorme ejército a la llanura
abierta; mientras que se oían los alaridos desafiantes que partían
de la meseta superior, donde se podían ver las lanzas de millares
deseosos de entrar en liza. Cuando los hebreos miraron la forma
alta de aquel gigante de gigantes que sobrepasaba a los soldados de
su ejército, cuando vieron los ejércitos que le rodeaban y divisaron
la fortaleza aparentemente inexpugnable, detrás de la cual miles
de soldados invisibles estaban atrincherados, muchos corazones de
Israel temblaron de miedo. Pero Moisés estaba sereno y firme; el
Señor había dicho con respecto al rey de Basán: “No tengas temor
de él, porque en tu mano he entregado a él y a todo su pueblo, y su
tierra: y harás con él como hiciste con Sehón rey Amorrheo, que
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habitaba en Hesbón.”
Deuteronomio 3:2
.
La fe serena de su jefe inspiraba al pueblo a tener confianza en
Dios. Lo entregaron todo a su brazo omnipotente, y él no les faltó.
Ni los poderosos gigantes, ni las ciudades amuralladas, ni tampoco
los ejércitos armados y las fortalezas escarpadas podían subsistir
ante el Capitán de la hueste de Jehová. El Señor conducía al ejército;
el Señor desconcertó al enemigo; y obtuvo la victoria para Israel.
El gigantesco rey y su ejército fueron destruídos; y los israelitas
no tardaron en poseer toda la región. Así se borró de la faz de la
tierra esa gente extraña, que se había entregado a la iniquidad y a la
idolatría abominable.
En la conquista de Galaad y de Basán hubo muchos que re-
cordaron los acontecimientos que, casi cuarenta años antes, habían
condenado a Israel, en Cades, a una larga peregrinación por el desier-
to. Veían que el informe de los espías tocante a la tierra prometida
era correcto en muchos sentidos. Las ciudades estaban amuralladas
y eran muy grandes, y las habitaban gigantes, frente a los cuales los
hebreos no eran sino pigmeos. Pero podían ver ahora que el error
fatal de sus padres había consistido en desconfiar del poder de Dios.
Únicamente esto les había impedido entrar en seguida en la hermosa
tierra.