Página 41 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La tentación y la caída
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Era voluntad de Dios que la inmaculada pareja no conociese
absolutamente nada de lo malo. Les había dado abundantemente el
bien, y vedado el mal. Pero, contra su mandamiento, habían comido
del fruto prohibido, y ahora continuarían comiéndolo y conocerían
el mal todos los días de su vida. Desde entonces el linaje humano
sufriría las asechanzas de Satanás. En lugar de las agradables labores
que se les habían asignado hasta entonces, la ansiedad y el trabajo
serían su suerte. Estarían sujetos a desengaños, aflicciones, dolor, y
al fin, a la muerte.
Bajo la maldición del pecado, toda la naturaleza daría al hombre
testimonio del carácter y las consecuencias de la rebelión contra
Dios. Cuando Dios creó al hombre lo hizo señor de toda la tierra
y de cuantos seres la habitaban. Mientras Adán permaneció leal a
Dios, toda la naturaleza se mantuvo bajo su señorío. Pero cuando
se rebeló contra la ley divina, las criaturas inferiores se rebelaron
contra su dominio. Así el Señor, en su gran misericordia, quiso
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enseñar al hombre la santidad de su ley e inducirle a ver por su
propia experiencia el peligro de hacerla a un lado, aun en lo más
mínimo.
La vida de trabajo y cuidado, que en lo sucesivo sería el destino
del hombre, le fué asignada por amor a él. Era una disciplina que su
pecado había hecho necesaria para frenar la tendencia a ceder a los
apetitos y las pasiones y para desarrollar hábitos de dominio propio.
Era parte del gran plan de Dios para rescatar al hombre de la ruina y
la degradación del pecado.
La advertencia hecha a nuestros primeros padres: “Porque el
día que de él comieres, morirás” (
Génesis 2:17
), no significaba que
morirían el mismo día en que comiesen del fruto prohibido, sino que
ese día sería dictada la irrevocable sentencia. La inmortalidad les
había sido prometida bajo condición de que fueran obedientes; pero
mediante la transgresión perderían su derecho a la vida eterna. El
mismo día en que pecaran serían condenados a muerte.
Para que poseyera una existencia sin fin, el hombre debía conti-
nuar comiendo del árbol de la vida. Privado de este alimento, vería
su vitalidad disminuir gradualmente hasta extinguirse la vida. Era el
plan de Satanás que Adán y Eva desagradasen a Dios mediante su
desobediencia; y esperaba que luego, sin obtener perdón, siguiesen
comiendo del árbol de la vida, y perpetuasen así una vida de peca-