Página 412 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
impiden alcanzar prosperidad. Así muchos se dejan desviar de la
senda de una estricta integridad. Después de cometer una mala
acción les resulta más fácil cometer otra, y se vuelven cada vez
más presuntuosos. Una vez que se hayan entregado al dominio de
la codicia y a la ambición de poder se atreverán a hacer las cosas
más terribles. Muchos se lisonjean creyendo que por un tiempo
pueden apartarse de la probidad estricta para alcanzar alguna ventaja
mundana, y que después de haber logrado su fin, podrán cambiar
de conducta cuando quieran. Los tales se enredan en los lazos de
Satanás, de los que rara vez escapan.
Cuando los mensajeros dijeron a Balac que el profeta había
rehusado acompañarlos, no dieron a entender que Dios se lo había
prohibido. Creyendo que la dilación de Balaam se debía a su deseo
de obtener una recompensa más cuantiosa, el rey mandó mayor
número de príncipes y más encumbrados que los primeros, con
promesas de honores más grandes y con autorización para aceptar
todas las condiciones que Balaam pusiese. El mensaje urgente de
Balac al profeta fué éste: “Ruégote que no dejes de venir a mí:
porque sin duda te honraré mucho, y haré todo lo que me dijeres:
ven pues ahora, maldíceme a este pueblo.”
Por segunda vez Balaam fué probado. En su respuesta a las
peticiones de los embajadores hizo alarde de tener mucha conciencia
y probidad, y les aseguró que ninguna cantidad de oro y de plata
podía persuadirle a obrar contra la voluntad de Dios. Pero anhelaba
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acceder al ruego del rey; y aunque ya se le había comunicado la
voluntad de Dios en forma definitiva, rogó a los mensajeros que se
quedaran, para que pudiese consultar otra vez a Dios, como si el
Infinito fuera un hombre sujeto a la persuasión.
Durante la noche se le apareció el Señor a Balaam y le dijo: “Si
vinieren a llamarte hombres, levántate y ve con ellos; empero harás
lo que yo te dijere.” Hasta ese punto le permitiría el Señor a Balaam
que hiciera su propia voluntad, ya que se empeñaba en ello. No
procuraba hacer la voluntad de Dios, sino que decidía su conducta y
luego se esforzaba por obtener la sanción del Señor.
Son millares hoy los que siguen una conducta parecida. No
tendrían dificultad en comprender su deber, si éste armonizara con
sus inclinaciones. Lo hallan claramente expuesto en la Biblia, o lisa
y llanamente indicado por las circunstancias y la razón. Pero porque