Página 43 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La tentación y la caída
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desesperación. Nadie se engañe. “La paga del pecado es muerte.”
Romanos 6:23
. La ley de Dios no puede violarse ahora más impu-
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nemente que cuando se pronunció la sentencia contra el padre de la
humanidad.
Después de su pecado, Adán y Eva no pudieron seguir morando
en el Edén. Suplicaron fervientemente a Dios que les permitiese
permanecer en el hogar de su inocencia y regocijo. Confesaron que
habían perdido todo derecho a aquella feliz morada, y prometieron
prestar estricta obediencia a Dios en el futuro. Pero se les dijo que su
naturaleza se había depravado por el pecado, que había disminuido
su poder para resistir al mal, y que habían abierto la puerta para qué
Satanás tuviera más fácil acceso a ellos. Si siendo inocentes habían
cedido a la tentación; ahora, en su estado de consciente culpabilidad,
tendrían menos fuerza para mantener su integridad.
Con humildad e inenarrable tristeza se despidieron de su bello
hogar, y fueron a morar en la tierra, sobre la cual descansaba la
maldición del pecado. La atmósfera, de temperatura antes tan suave
y uniforme, estaba ahora sujeta a grandes cambios, y misericordio-
samente, el Señor les proveyó de vestidos de pieles para protegerlos
de los extremos del calor y del frío.
Cuando vieron en la caída de las flores y las hojas los primeros
signos de la decadencia, Adán y su compañera se apenaron más
profundamente de lo que hoy se apenan los hombres que lloran a sus
muertos. La muerte de las delicadas y frágiles flores fué en realidad
un motivo de tristeza; pero cuando los bellos árboles dejaron caer
sus hojas, la escena les recordó vivamente la fría realidad de que la
muerte es el destino de todo lo que tiene vida.
El huerto del Edén permaneció en la tierra mucho tiempo des-
pués que el hombre fuera expulsado de sus agradables senderos.
Véase
Génesis 4:16
. Durante mucho tiempo después, se le permitió
a la raza caída contemplar de lejos el hogar de la inocencia, cuya
entrada estaba vedada por los vigilantes ángeles. En la puerta del
paraíso, custodiada por querubines, se revelaba la gloria divina
Allí
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iban Adán y sus hijos a adorar a Dios. Allí renovaban sus votos de
obediencia a aquella ley cuya transgresión los había arrojado del
La gloria de Dios se revelaba “entre los querubines.” Más tarde, fué la
shekinah,
que se manifestaba en el lugar santísimo, centro del culto en Israel. Véase
Éxodo 25:22
;
Salmos 80:1
;
Isaías 37:16
.