Página 441 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La muerte de Moisés
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Israel había terminado. Y a pesar de esto, se olvidó de sí mismo en
su interés por su pueblo. En presencia de la multitud congregada,
Moisés, en nombre de Dios, dirigió a su sucesor estas palabras de
aliento santo: “Esfuérzate y anímate, que tú meterás los hijos de
Israel en la tierra que les juré, y yo seré contigo.”
Deuteronomio
31:23
. Luego se volvió hacia los ancianos y príncipes del pueblo, y
les encargó solemnemente que acatasen fielmente las instrucciones
de Dios que él les había comunicado.
Mientras el pueblo miraba a aquel anciano, que tan pronto le sería
quitado, recordó con nuevo y profundo aprecio su ternura paternal,
sus sabios consejos y sus labores incansables. ¡Cuán a menudo,
cuando sus pecados habían merecido los justos castigos de Dios, las
oraciones de Moisés habían prevalecido para salvarlos! La tristeza
que sentían era intensificada por el remordimiento. Recordaban con
amargura que su propia iniquidad había inducido a Moisés al pecado
por el cual tenía que morir.
La remoción de su amado jefe iba a ser para Israel un castigo
mucho más severo que cualquier otro que pudieran haber recibido
sobreviviendo él y continuando su misión. Dios quería hacerles
sentir que no debían hacer la vida de su futuro jefe tan difícil como
se la habían hecho a Moisés. Dios habla a su pueblo mediante las
bendiciones que le otorga, y cuando éstas no son apreciadas, le habla
suprimiendo las bendiciones, para inducirlo a ver sus pecados, y a
volverse hacia él de todo corazón.
Aquel mismo día Moisés recibió la siguiente orden: “Sube ... al
monte Nebo, ... y mira la tierra de Canaán que yo doy por heredad a
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los hijos de Israel; y muere en el monte al cual subes, y sé reunido a
tus pueblos.”
Deuteronomio 32:49, 50
. A menudo había abandonado
Moisés el campamento, en acatamiento de las órdenes divinas, con el
objeto de tener comunión con Dios; pero ahora había de partir en una
nueva y misteriosa misión. Tenía que salir y entregar su vida en las
manos de su Creador. Moisés sabía que había de morir solo; a ningún
amigo terrenal se le permitiría asistirle en sus últimas horas. La
escena que le esperaba tenía un carácter misterioso y pavoroso que
le oprimía el corazón. La prueba más severa consistió en separarse
del pueblo que estaba bajo su cuidado y al cual amaba, el pueblo
con el cual había identificado todo su interés durante tanto tiempo.
Pero había aprendido a confiar en Dios, y con fe incondicional se