Página 442 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
encomendó a sí mismo y a su pueblo al amor y la misericordia de
Dios.
Por última vez, Moisés se presentó en la asamblea de su pueblo.
Nuevamente el Espíritu de Dios se posó sobre él, y en el lenguaje
más sublime y conmovedor pronunció una bienaventuranza sobre
cada una de las tribus, concluyendo con una bendición general:
“Ninguno hay como el Dios de Jesurún,
el que viene cabalgando sobre los cielos en tu auxilio,
y en su majestad sobre las nubes.
Tu refugio es el Dios de los siglos,
y por debajo tienes los brazos sempiternos:
y él mismo echa delante de ti al enemigo, y dice: ¡Destruye!
Mas Israel habita confiado;
la fuente de Jacob habitará sola,
en una tierra de trigo y de vino;
tus cielos también destilarán el rocío.
¡Dichoso eres, oh Israel! ¡quién como tú,
oh pueblo salvado en Jehová,
el escudo de tu auxilio!”
Deuteronomio 33:26-29 (VM)
.
Moisés se apartó de la congregación, y se encaminó silencioso y
solitario hacia la ladera del monte para subir “al monte de Nebo, a
la cumbre de Pisga.”
Deuteronomio 34:7
. De pie en aquella cumbre
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solitaria, contempló con ojos claros y penetrantes el panorama que
se extendía ante él. Allá a lo lejos, al occidente, se extendían las
aguas azules del mar Grande; al norte, el monte Hermón se destacaba
contra el cielo; al este, estaba la planicie de Moab, y más allá se
extendía Basán, escenario del triunfo de Israel; y muy lejos hacia el
sur, se veía el desierto de sus largas peregrinaciones.
En completa soledad, Moisés repasó las vicisitudes y penurias de
su vida desde que se apartó de los honores cortesanos y de su posible
reinado en Egipto, para echar su suerte con el pueblo escogido de
Dios. Evocó aquellos largos años que pasó en el desierto cuidando
los rebaños de Jetro; la aparición del Angel en la zarza ardiente y la
invitación que se le diera de librar a Israel. Volvió a presenciar, por el
recuerdo, los grandes milagros que el poder de Dios realizó en favor
del pueblo escogido, y la misericordia longánime que manifestó