Página 444 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
oía la música del murmullo armonioso de los arroyos y los dulces
trinos de las aves, buenas ciudades y bellos jardines, lagos ricos en
“la abundancia de los mares,” rebaños que pacían en las laderas de
las colinas, y hasta entre las rocas los dulces tesoros de las abejas
silvestres. Era ciertamente una tierra semejante a la que Moisés,
inspirado por el Espíritu de Dios, le había descrito a Israel: “Bendita
de Jehová su tierra, por los regalos de los cielos, por el rocío, y por
el abismo que abajo yace, y por los regalados frutos del sol, ... y por
la cumbre de los montes antiguos, ... y por los regalos de la tierra y
su plenitud.”
Deuteronomio 33:13-16
.
Moisés vió al pueblo escogido establecido en Canaán, cada tribu
en posesión de su propia heredad. Alcanzó a divisar su historia
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después que se establecieran en la tierra prometida; la larga y triste
historia de su apostasía y castigo se extendió ante él. Vió a esas
tribus dispersadas entre los paganos a causa de sus pecados, y a
Israel privado de la gloria, con su bella ciudad en ruinas, y su pueblo
cautivo en tierras extrañas. Los vió restablecidos en la tierra de sus
mayores, y por último, dominados por Roma.
Se le permitió mirar a través de los tiempos futuros y contemplar
el primer advenimiento de nuestro Salvador. Vió al niño Jesús en
Belén. Oyó las voces de la hueste angélica prorrumpir en alboro-
zada canción de alabanza a Dios y de paz en la tierra. Divisó en
el firmamento la estrella que guiaba a los magos del oriente hacia
Jesús, y un torrente de luz inundó su mente cuando recordó aquellas
palabras proféticas: “Saldrá Estrella de Jacob, y levantaráse cetro
de Israel.”
Números 24:17
. Contempló la vida humilde de Cristo
en Nazaret; su ministerio de amor, simpatía y sanidades, y cómo le
rechazaba y despreciaba una nación orgullosa e incrédula. Atónito
escuchó como ensalzaban jactanciosamente la ley de Dios mientras
que menospreciaban y desechaban a Aquel que había dado la ley.
Vió cómo en el Monte de los Olivos, Jesús se despedía llorando de
la ciudad de su amor. Mientras Moisés veía cómo era finalmente
rechazado aquel pueblo tan altamente bendecido del cielo, aquel
pueblo en favor del cual él había trabajado, orado y hecho sacrificios,
por el cual él había estado dispuesto a que se borrara su nombre del
libro de la vida; mientras oía las tristes palabras: “He aquí vuestra
casa os es dejada desierta” (
Mateo 23:38
), el corazón se le oprimió