Página 446 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Evangelio de su Hijo. Moisés vió cómo, por medio de los discípulos
de Cristo, la luz del Evangelio irradiaría y alumbraría al “pueblo
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asentado en tinieblas” (
Mateo 4:16
), y también cómo miles acudirían
de las tierras de los gentiles al resplandor de su nacimiento. Y al
contemplar esto, se regocijó por el crecimiento y la prosperidad de
Israel.
Luego pasó otra escena ante sus ojos. Se le había mostrado la
obra que iba a hacer Satanás al inducir a los judíos a rechazar a Cristo,
mientras profesaban honrar la ley de su Padre. Vió ahora al mundo
cristiano dominado por idéntico engaño al profesar que aceptaba a
Cristo mientras que, por otro lado, rechazaba la ley de Dios. Había
oído a los sacerdotes y ancianos clamar frenéticos: “¡Quita, quita,
crucifícale!” Oyó luego a los maestros que profesaban el cristianismo
gritar: “¡Afuera con la ley!” Vió cómo el sábado era pisoteado y se
establecía en su lugar una institución espuria. Nuevamente Moisés
se llenó de asombro y horror. ¿Cómo podían los que creían en Cristo
desechar la ley que había sido pronunciada por su propia voz en el
monte sagrado? ¿Cómo podía cualquiera que temiera a Dios hacer
a un lado la ley que es el fundamento de su gobierno en el cielo y
en la tierra? Con gozo vió Moisés que la ley de Dios seguía siendo
honrada y exaltada por un pequeño grupo de fieles. Vió la última
gran lucha de las potencias terrenales para destruir a los que guardan
la ley de Dios. Miró anticipadamente el momento cuando Dios se
levantará para castigar a los habitantes de la tierra por su iniquidad,
y cuando los que temieron su nombre serán escudados y ocultados
en el día de su ira. Escuchó el pacto de paz que Dios hará con los
que hayan guardado su ley, cuando deje oír su voz desde su santa
morada y tiemblen los cielos y la tierra. Vió la segunda venida de
Cristo en gloria, a los muertos resucitar para recibir la vida eterna, y
a los santos vivos trasladados sin ver la muerte, para ascender juntos
con cantos de alabanza y alegría a la ciudad eterna de Dios.
Otra escena aún se abre ante sus ojos: la tierra libertada de la
maldición, más hermosa que la tierra de promisión cuya belleza
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fuera desplegada a su vista tan breves momentos antes. Ya no hay
pecado, y la muerte no puede entrar en ella. Allí las naciones de
los salvos y bienaventurados hallan una patria eterna. Con alborozo
indecible, Moisés mira la escena, el cumplimiento de una liberación
aun más gloriosa que cuanto hayan imaginado sus esperanzas más