Página 447 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La muerte de Moisés
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halagüeñas. Habiendo terminado para siempre su peregrinación, el
Israel de Dios entró por fin en la buena tierra.
Otra vez se desvaneció la visión, y los ojos de Moisés se posaron
sobre la tierra de Canaán tal como se extendía en lontananza. Luego,
como un guerrero cansado, se acostó para reposar. “Y murió allí
Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho
de Jehová. Y enterróle en el valle, en tierra de Moab, enfrente de
Bethpeor; y ninguno sabe su sepulcro hasta hoy.”
Deuteronomio
34:5, 6
. Muchos de los que no habían querido obedecer los consejos
de Moisés mientras él estaba con ellos, hubieran estado en peligro de
cometer idolatría con respecto a su cuerpo muerto, si hubieran sabido
donde estaba sepultado. Por este motivo quedó ese sitio oculto para
los hombres. Pero los ángeles de Dios enterraron el cuerpo de su
siervo fiel, y vigilaron la tumba solitaria.
“Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien
haya conocido Jehová cara a cara; en todas las señales y prodigios
que le envió Jehová a hacer; ... y en toda aquella mano esforzada, y
en todo el espanto grande que causó Moisés a ojos de todo Israel.”
Vers. 10-12
.
Si la vida de Moisés no se hubiera manchado con aquel único
pecado que cometió al no dar a Dios la gloria de sacar agua de la
roca en Cades, él habría entrado en la tierra prometida y habría sido
trasladado al cielo sin ver la muerte. Pero no hubo de permanecer
mucho tiempo en la tumba. Cristo mismo, acompañado de los ánge-
les que enterraron a Moisés, descendió del cielo para llamar al santo
que dormía. Satanás se había regocijado por el éxito que obtuviera
al inducir a Moisés a pecar contra Dios y a caer así bajo el dominio
de la muerte. El gran adversario sostenía que la sentencia divina:
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“Polvo eres, y al polvo serás tornado” (
Génesis 3:19
), le daba pose-
sión de los muertos. Nunca había sido quebrantado el poder de la
tumba, y él reclamaba a todos los que estaban en ella como cautivos
suyos que nunca habían de ser libertados de su lóbrega prisión.
Por primera vez Cristo iba a dar vida a uno de los muertos.
Cuando el Príncipe de la vida y los ángeles resplandecientes se
aproximaron a la tumba, Satanás temió perder su hegemonía. Con
sus ángeles malos, se aprestó a disputar la invasión del territorio que
llamaba suyo. Se jactó de que el siervo de Dios había llegado a ser
su prisionero. Declaró que ni siquiera Moisés había podido guardar