Página 481 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La repartición de Canaán
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Su respuesta fué: “Si eres pueblo tan grande, sube tú al monte, y
corta para ti allí en la tierra del Pherezeo y de los gigantes, pues que
el monte de Ephraim es angosto para ti.”
La contestación de ellos demostró el verdadero motivo de su
queja: les hacía falta fe y valor para desalojar a los cananeos. “No
nos bastará a nosotros este monte—dijeron:—y todos los Cananeos
que habitan la tierra de la campiña, tienen carros herrados.”
El poder del Dios de Israel había sido prometido a su pueblo, y
si los efraimitas hubieran tenido el valor y la fe de Caleb, ningún
enemigo habría podido oponérseles. Josué encaró firmemente el
deseo manifiesto de ellos de evitar los trabajos y peligros. Les dijo:
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“Tú eres gran pueblo, y tienes gran fuerza; no tendrás una sola suerte;
mas aquel monte será tuyo; que bosque es, y tú lo cortarás, y serán
tuyos sus términos: porque tú echarás al Cananeo, aunque tenga
carros herrados, y aunque sea fuerte.” Así sus propios argumentos
fueron esgrimidos contra ellos. Siendo ellos un gran pueblo, como
alegaban serlo, tenían plena capacidad para abrirse camino, como
sus hermanos. Con la ayuda de Dios, no necesitaban temer los carros
herrados.
Hasta entonces, Gilgal había sido cuartel general de la nación y
asiento del tabernáculo. Pero ahora el tabernáculo debía ser trasla-
dado al sitio escogido como su lugar permanente: la pequeña ciudad
de Silo, en tierra adjudicada a Efraín. Estaba situada cerca del centro
del país, y era fácilmente accesible para todas las tribus. Esa parte
del país había sido subyugada completamente, y por lo tanto los
adoradores no serían molestados. “Y toda la congregación de los
hijos de Israel se juntó en Silo, y asentaron allí el tabernáculo del
testimonio.”
Josué 18:1-10
. Las tribus que aun estaban acampadas
cuando se trasladó el tabernáculo de Gilgal a Silo, lo siguieron y
acamparon cerca de esa ciudad hasta que se dispersaron para ocupar
sus respectivas heredades.
El arca permaneció en Silo por espacio de trescientos años, hasta
que, a causa de los pecados de la casa de Elí, cayó en manos de los
filisteos y Silo fué destruida totalmente. Ya no volvió a colocarse
el arca en el tabernáculo en ese lugar, pues el servicio del santuario
se trasladó por último al templo de Jerusalén, y Silo se convirtió
en una localidad insignificante. Sólo quedan algunas ruinas para
señalar el sitio que ocupó. Mucho después, la suerte que corrió aquel