Página 482 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
pueblo sirvió para amonestar a Jerusalén. “Andad empero ahora
a mi lugar que fué en Silo, donde hice que morase mi nombre al
principio—declaró el Señor por el profeta Jeremías,—y ved lo que
le hice por la maldad de mi pueblo Israel.... Haré también a esta casa
sobre la cual es invocado mi nombre, en la que vosotros confiáis, y
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a este lugar que di a vosotros y a vuestros padres, como hice a Silo.”
Jeremías 7:12-14
.
“Y después que acabaron de repartir la tierra en heredad,” y
cuando ya todas las tribus habían recibido la heredad que les tocara,
Josué presentó su derecho. A él, como a Caleb, se le había prometido
una herencia especial; no pidió, sin embargo, una provincia grande,
sino una sola ciudad. “Le dieron la ciudad que él pidió; ... y él
reedificó la ciudad, y habitó en ella.”
Josué 19:49, 50
. El nombre
que se le puso a la ciudad fué Timnath-sera, “la parte que sobra,” y
atestiguó para siempre el carácter noble y espíritu desinteresado del
vencedor que, en vez de ser el primero en apropiarse del botín de
la victoria, postergó su derecho hasta que los más humildes de su
pueblo habían recibido su parte.
Seis de las ciudades dadas a los levitas, tres a cada lado del
Jordán, fueron designadas como ciudades de refugio, a las cuales
pudieran huír los homicidas en busca de seguridad. La designación
de estas ciudades había sido ordenada por Moisés, para que a ellas
pudiera huír “el homicida que hiriere a alguno de muerte por yerro.
Y os serán aquellas ciudades por acogimiento del pariente—dijo,—y
no morirá el homicida hasta que esté a juicio delante de la congre-
gación.”
Números 35:11, 12
. Lo que hacía necesaria esta medida
misericordiosa era la antigua costumbre de vengarse particularmen-
te, que encomendaba el castigo del homicida al pariente o heredero
más cercano al muerto. En los casos en que la culpabilidad era clara
y evidente, no era menester esperar que los magistrados juzgaran
al homicida. El vengador podía buscarlo y perseguirlo dondequiera
que lo encontrara. El Señor no tuvo a bien abolir esa costumbre en
aquel entonces; pero tomó medidas para afianzar la seguridad de los
que sin intención quitaran la vida a alguien.
Las ciudades de refugio estaban distribuídas de tal manera que
había una a medio día de viaje de cualquier parte del país. Los cami-
nos que conducían a ellas habían de conservarse en buen estado; y a
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lo largo de ellos se habían de poner postes que llevaran en caracteres