Página 483 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La repartición de Canaán
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claros y distintos la inscripción “Refugio” o “Acogimiento” para
que el fugitivo no perdiera un solo momento. Cualquiera, ya fuera
hebreo, extranjero o peregrino, podía valerse de esta medida. Pero si
bien no se debía matar precipitadamente al que no fuera culpable, el
que lo fuera no había de escapar al castigo. El caso del fugitivo debía
ser examinado con toda equidad por las autoridades competentes, y
sólo cuando se comprobaba que era inocente de toda intención ho-
micida podía quedar bajo la protección de las ciudades de asilo. Los
culpables eran entregados a los vengadores. Los que tenían derecho
a gozar protección podían tenerla tan sólo mientras permanecieran
dentro del asilo designado. El que saliera de los límites prescritos y
fuera encontrado por el vengador de la sangre, pagaba con su vida
la pena que entrañaba el despreciar las medidas del Señor. Pero a
la muerte del sumo sacerdote, todos los que habían buscado asilo
en las ciudades de refugio quedaban en libertad para volver a sus
respectivas propiedades.
En un juicio por homicidio, no se podía condenar al acusado por
la declaración de un solo testigo, aunque hubiera graves pruebas
circunstanciales contra él. La orden del Señor fué: “Cualquiera que
hiriere a alguno, por dicho de testigos, morirá el homicida: mas un
solo testigo no hará fe contra alguna persona que muera.”
Números
35:30
. Fué Cristo quien le dió a Moisés estas instrucciones para
Israel; y mientras estaba personalmente con sus discípulos en la
tierra, al enseñarles como debían tratar a los pecadores, el gran
Maestro repitió la lección de que el testimonio de un solo hombre
no basta para condenar ni absolver. Las cuestiones en disputa no han
de decidirse por las opiniones de un solo hombre. En todos estos
asuntos, dos o más han de reunirse y llevar juntos la responsabilidad,
“para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra.”
Mateo
18:16
.
Si el enjuiciado por homicida era reconocido culpable, ninguna
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expiación ni rescate podía salvarle. “El que derramare sangre del
hombre, por el hombre su sangre será derramada.” “Y no tomaréis
precio por la vida del homicida; porque está condenado a muerte:
mas indefectiblemente morirá;” “de mi altar lo quitarás para que
muera,” éstas fueron las instrucciones de Dios juntamente con las
siguientes: “La tierra no será expiada de la sangre que fué derramada
en ella, sino por la sangre del que la derramó.”
Génesis 9:6
;
Números