Página 484 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

480
Historia de los Patriarcas y Profetas
35:31-33
;
Éxodo 21:14
. La seguridad y la pureza de la nación exigía
que el pecado de homicidio fuese castigado severamente. La vida
humana, que sólo Dios podía dar, debía considerarse sagrada.
Las ciudades de refugio destinadas al antiguo pueblo de Dios
eran un símbolo del refugio proporcionado por Cristo. El mismo
Salvador misericordioso que designó esas ciudades temporales de
refugio proveyó por el derramamiento de su propia sangre un asilo
verdadero para los transgresores de la ley de Dios, al cual pueden
huír de la segunda muerte y hallar seguridad. No hay poder que
pueda arrebatar de sus manos las almas que acuden a él en busca de
perdón. “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están
en Cristo Jesús.” “¿Quien es el que condenará? Cristo es el que
murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la
diestra de Dios, el que también intercede por nosotros,” “para que ...
tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos
de la esperanza propuesta.”
Romanos 8:1, 34
;
Hebreos 6:18
.
El que huía a la ciudad de refugio no podía demorarse. Abando-
naba su familia y su ocupación. No tenía tiempo para despedirse de
los seres amados. Su vida estaba en juego y debía sacrificar todos
los intereses para lograr un solo fin: llegar al lugar seguro. Olvidaba
su cansancio; y no le importaban las dificultades. No osaba aminorar
el paso un solo momento hasta hallarse dentro de las murallas de la
ciudad.
El pecador está expuesto a la muerte eterna hasta que encuentre
un escondite en Cristo; y así como la demora y la negligencia podían
[554]
privar al fugitivo de su única oportunidad de vivir, también pueden
las tardanzas y la indiferencia resultar en ruina del alma. Satanás,
el gran adversario, sigue los pasos de todo transgresor de la santa
ley de Dios, y el que no se percata del peligro en que se halla y no
busca fervorosamente abrigo en el refugio eterno, será víctima del
destructor.
El prisionero que en cualquier momento salía de la ciudad de
refugio era abandonado a la voluntad del vengador de la sangre.
En esa forma se le enseñaba al pueblo a seguir celosamente los
métodos que la sabiduría infinita había designado para su seguridad.
Asimismo no basta que el pecador
crea
en Cristo para el perdón de
sus pecados; debe, mediante la fe y la obediencia, permanecer en
él. “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido