Página 521 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Los primeros jueces
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y se precipitaron contra el enemigo lanzando el terrible grito de
guerra: “¡La espada de Jehová y de Gedeón!”
El ejército que dormía se despertó de repente. Por todos lados,
se veía la luz de las antorchas encendidas. En toda dirección se oía
el sonido de las trompetas, y el clamor de los asaltantes. Creyéndose
a la merced de una fuerza abrumadora, los madianitas se volvieron
presa del pánico. Con frenéticos gritos de alarma, huían para salvar
la vida, y tomando a sus propios compañeros como enemigos se
mataban unos a otros.
Cuando cundieron las nuevas de la victoria, volvieron miles de
los hombres de Israel que habían sido despachados a sus hogares, y
participaron en la persecución del enemigo que huía. Los madianitas
se dirigían hacia el Jordán, con la esperanza de llegar a su territorio,
allende el río. Gedeón envió mensajeros a los de la tribu de Efraín,
para incitarlos a que interceptaran el paso a los fugitivos en los vados
meridionales. Entretanto, con sus trescientos hombres, “cansados,
pero siguiendo el alcance de los fugitivos” (
Jueces 8:4, VM
), Gedeón
cruzó el río, en busca de los que ya habían ganado la ribera opuesta.
Los dos príncipes, Zeba y Zalmuna, quienes encabezaban toda la
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hueste, y habían escapado con un ejército de quince mil hombres,
fueron alcanzados por Gedeón, quien dispersó completamente su
fuerza, y capturó a sus jefes y les dió muerte.
En esta derrota decisiva, no menos de ciento veinte mil de los
invasores perecieron. Fué quebrantado el dominio de los madianitas,
de modo que nunca más pudieron guerrear contra Israel. Cundió
rápidamente por todas partes la noticia de que nuevamente el Dios
de Israel había peleado por su pueblo. Fué indescriptible el terror
que experimentaron las naciones vecinas al saber cuán sencillos
habían sido los medios que prevalecieron contra el poderío de un
pueblo audaz y belicoso.
El jefe a quien Dios había escogido para derrotar a los madia-
nitas no ocupaba un puesto eminente en Israel. No era príncipe,
ni sacerdote, ni levita. Se consideraba como el menor en la casa
de su padre, pero Dios vió en él a un hombre valiente y sincero.
No confiaba en sí mismo, y estaba dispuesto a seguir la dirección
del Señor. Dios no escoge siempre, para su obra, a los hombres de
talentos más destacados sino a los que mejor puede utilizar. “Delante
de la honra está la humildad.”
Proverbios 15:33
. El Señor puede