Página 525 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Los primeros jueces
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Los que ocupan puestos elevados pueden desviar a otros. Aun
los más sabios se equivocan; los más fuertes pueden vacilar y tro-
pezar. Es necesario que la luz del cielo se derrame constantemente
sobre nuestro sendero. Nuestra única seguridad estriba en confiar
implícitamente nuestro camino a Aquel que dijo: “Sígueme.”
Después de la muerte de Gedeón, “no se acordaron los hijos de
Israel de Jehová su Dios, que los había librado de todos sus enemigos
alrededor: ni hicieron misericordia en la casa de Jerobaal Gedeón,
conforme a todo el bien que él había hecho a Israel.” Olvidándose
de todo lo que debían a Gedeón, su juez y libertador, el pueblo
de Israel aceptó por rey a su hijo ilegítimo, Abimelec, quien, para
poder sostenerse en el poder, asesinó a todos menos uno de los hijos
legítimos de Gedeón. Cuando los hombres desechan el temor de
Dios, no tardan en alejarse del honor y la integridad. El aprecio por
la misericordia del Señor le inducirá a uno a apreciar a aquellos
que, como Gedeón, han sido empleados como instrumentos para
beneficiar a su pueblo. El cruel proceder de Israel hacia la casa de
Gedeón era lo que podía esperarse de un pueblo que manifestaba
tan enorme ingratitud hacia Dios.
Después de la muerte de Abimelec, el gobierno de algunos jueces
que temían al Señor mantuvo por un tiempo en jaque a la idolatría;
pero antes de mucho el pueblo volvió a practicar las costumbres de
las comunidades paganas circundantes. Entre las tribus del norte,
los dioses de Siria y de Sidón tenían muchos adoradores. Al sud-
oeste, los ídolos de los filisteos, y al este los de Moab y Ammón,
habían desviado del Dios de sus padres el corazón de Israel. Pero la
apostasía acarreó rápidamente su castigo. Los amonitas subyugaron
las tribus orientales, y cruzando el Jordán, invadieron el territorio
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de Judá y el de Efraín. Al occidente, los filisteos, ascendiendo de su
llanura a orillas del mar, lo saqueaban y quemaban todo por doquie-
ra. Una vez más Israel parecía haber sido abandonado al poder de
enemigos implacables.
Nuevamente el pueblo pidió ayuda a Aquel a quien había abando-
nado e insultado. “Y los hijos de Israel clamaron a Jehová, diciendo:
Nosotros hemos pecado contra ti; porque hemos dejado a nuestro
Dios, y servido a los Baales.”
Jueces 10:10-16
. Pero el pesar no
había obrado en ellos un arrepentimiento verdadero. El pueblo se
lamentaba porque sus pecados le había traído sufrimientos, y no