Página 541 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

El niño Samuel
537
y al hacerlo impartirá gozo a su propio corazón. A través de luces y
sombras, puede trazar sendas rectas para los pies de sus hijos, que
los llevarán a las gloriosas alturas celestiales. Pero sólo cuando ella
procura seguir en su propia vida el camino de las enseñanzas de
Cristo, puede la madre tener la esperanza de formar el carácter de
sus niños de acuerdo con el modelo divino. El mundo rebosa de in-
fluencias corruptoras. Las modas y las costumbres ejercen sobre los
jóvenes una influencia poderosa. Si la madre no cumple su deber de
instruir, guiar y refrenar a sus hijos, éstos aceptarán naturalmente lo
malo y se apartarán de lo bueno. Acudan todas las madres a menudo
a su Salvador con la oración: “¿Qué orden se tendrá con el niño, y
qué ha de hacer?” Cumpla ella las instrucciones que Dios dió en su
Palabra, y se le dará sabiduría a medida que la necesite.
“Y el joven Samuel iba creciendo, y adelantando delante de Dios
y delante de los hombres.” Aunque Samuel pasaba su juventud
en el tabernáculo dedicado al culto de Dios, no estaba libre de
influencias perversas ni de ejemplo pecaminoso. Los hijos de Elí
no temían a Dios ni honraban a su padre; pero Samuel no buscaba
[619]
la compañía de ellos, ni tampoco seguía sus malos caminos. Se
esforzaba constantemente por llegar a ser lo que Dios deseaba que
fuese. Este es un privilegio que tiene todo joven. Dios siente agrado
cuando aun los niñitos se entregan a su servicio.
Samuel había sido puesto bajo el cuidado de Elí, y la amabilidad
de su carácter le granjeó el cálido afecto del anciano sacerdote. Era
bondadoso, generoso, obediente y respetuoso. Elí, apenado por los
extravíos de sus hijos, encontraba reposo, consuelo y bendición en
la presencia de su pupilo. Samuel era servicial y afectuoso, y ningún
padre amó jamás a un hijo más tiernamente que Elí a este joven.
Era cosa singular que entre el principal magistrado de la nación
y un niño sencillo existiera tan cálido afecto. A medida que los
achaques de la vejez le sobrevenían a Elí, y le abrumaba la ansiedad
y el remordimiento por la conducta disipada de sus propios hijos,
buscaba consuelo en Samuel.
No era costumbre que los levitas comenzaran a desempeñar sus
servicios peculiares antes de cumplir los veinte y cinco años de edad,
pero Samuel había sido una excepción a esta regla. Cada año se le
encargaban responsabilidades de más importancia; y mientras era