Página 545 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Elí y sus hijos
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reverentes, habían perdido todo sentido de su santidad y significado.
El padre no había corregido la falta de respeto que manifestaban
hacia su propia autoridad, ni había refrenado su irreverencia por
los servicios solemnes del santuario; y cuando llegaron a la edad
viril estaban llenos de los frutos mortíferos del escepticismo y la
rebelión.
Aunque estaban completamente incapacitados para el cargo, fue-
ron puestos en el santuario como sacerdotes para ministrar ante Dios.
El Señor había dado instrucciones muy precisas con respecto al ofre-
cimiento de los sacrificios; pero estos impíos cumplían el servicio
de Dios con desprecio de la autoridad y no prestaban atención a la
ley de las ofrendas y sacrificios, que debían presentarse de la manera
más solemne. Los sacrificios, que apuntaban a la futura muerte de
Cristo, tenían por objeto conservar en el corazón del pueblo la fe
en el Redentor que había de venir. Por consiguiente, era de suma
importancia que se acatasen estrictamente las instrucciones del Se-
ñor con respecto a ellos. Los sacrificios de agradecimiento eran
especialmente una expresión de gracias a Dios. En estas ofrendas
solamente la grasa del animal debía quemarse en el altar; cierta
porción especificada se reservaba para los sacerdotes, pero la mayor
parte era devuelta al dador, para que la comiesen él y sus amigos en
un festín de sacrificio. Así todos los corazones se habían de dirigir,
con gratitud y fe, al gran Sacrificio que había de quitar los pecados
del mundo.
Los hijos de Elí, en vez de reconocer la solemnidad de este
servicio simbólico, sólo pensaban en cómo hacer de él un medio
de satisfacer sus propios deseos. No se contentaban con la parte de
las ofrendas de gracias que se les destinaba, y exigían una porción
adicional; y el gran número de estos sacrificios que se presentaban en
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las fiestas anuales daba a los sacerdotes oportunidad de enriquecerse
a costa del pueblo. No sólo exigían más de lo que lícitamente les
correspondía, sino que hasta se negaban a esperar que la grasa se
quemase como ofrenda a Dios. Persistían en exigir cualquier porción
que les agradase, y si les era negada, amenazaban con tomarla por la
fuerza.
Esta irreverencia por parte de los sacerdotes no tardó en despojar
los servicios de su significado santo y solemne, y los del pueblo
“menospreciaban los sacrificios de Jehová.” Véase
1 Samuel 2:12-