Página 55 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Caín y Abel probados
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seguir su propia voluntad. Como era el mayor, no le parecía propio
que le amonestase su hermano, y desdeñó su consejo.
Caín se presentó a Dios con murmuración e incredulidad en
el corazón tocante al sacrificio prometido y a la necesidad de las
ofrendas expiatorias. Su ofrenda no expresó arrepentimiento del
pecado. Creía, como muchos creen ahora, que seguir exactamente
el plan indicado por Dios y confiar enteramente en el sacrificio del
Salvador prometido para obtener salvación, sería una muestra de
debilidad. Prefirió depender de sí mismo. Se presentó confiando en
sus propios méritos. No traería el cordero para mezclar su sangre con
su ofrenda, sino que presentaría
sus
frutos, el producto de
su
trabajo.
Presentó su ofrenda como un favor que hacía a Dios, para conseguir
la aprobación divina. Caín obedeció al construir el altar, obedeció al
traer una ofrenda; pero rindió una obediencia sólo parcial. Omitió lo
esencial, el reconocimiento de que necesitaba un Salvador.
En lo que se refiere al nacimiento y a la educación religiosa, estos
hermanos eran iguales. Ambos eran pecadores, y ambos reconocían
que Dios demandaba reverencia y adoración. En su apariencia ex-
terior, su religión era la misma hasta cierto punto; pero más allá de
esto, la diferencia entre los dos era grande.
“Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín.”
He-
breos 11:4
. Abel comprendía los grandes principios de la redención.
Veía que era pecador, y que el pecado y su pena de muerte se in-
terponían entre su alma y la comunión con Dios. Trajo la víctima
inmolada, la vida sacrificada, y así reconoció las demandas de la
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ley que había sido quebrantada. En la sangre derramada contempló
el futuro sacrificio, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al
confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio
de que era justo, y de que su ofrenda había sido aceptada.
Caín tuvo la misma oportunidad que Abel para aprender y acep-
tar estas verdades. No fué víctima de un propósito arbitrario. No fué
elegido un hermano para ser aceptado y el otro para ser desecha-
do. Abel eligió la fe y la obediencia; Caín, en cambio, escogió la
incredulidad y la rebelión. Todo dependió de esta elección.
Caín y Abel representan dos clases de personas que existirán en
el mundo hasta el fin del tiempo. Una clase se acoge al sacrificio
indicado; la otra se aventura a depender de sus propios méritos; el
sacrificio de éstos no posee la virtud de la divina intervención y, por