Página 56 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
lo tanto, no puede llevar al hombre al favor de Dios. Sólo por los
méritos de Jesús son perdonadas nuestras transgresiones. Los que
creen que no necesitan la sangre de Cristo, y que pueden obtener el
favor de Dios por sus propias obras sin que medie la divina gracia,
están cometiendo el mismo error que Caín. Si no aceptan la sangre
purificadora, están bajo condenación. No hay otro medio por el cual
puedan ser librados del dominio del pecado.
La clase de adoradores que sigue el ejemplo de Caín abarca la
mayor parte del mundo; pues casi todas las religiones falsas se basan
en el mismo principio, a saber que el hombre puede depender de sus
propios esfuerzos para salvarse. Afirman algunos que la humanidad
no necesita redención, sino desarrollo, y que ella puede refinarse,
elevarse y regenerarse por sí misma. Como Caín pensó lograr el
favor divino mediante una ofrenda que carecía de la sangre del
sacrificio, así obran los que esperan elevar a la humanidad a la altura
del ideal divino sin valerse del sacrificio expiatorio. La historia de
Caín demuestra cuál será el resultado de esta teoría. Demuestra lo
que será el hombre sin Cristo. La humanidad no tiene poder para
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regenerarse a sí misma. No tiende a subir hacia lo divino, sino a
descender hacia lo satánico. Cristo es nuestra única esperanza. “En
ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo,
dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
Hechos 4:12
.
La verdadera fe, que descansa plenamente en Cristo, se mani-
festará mediante la obediencia a todos los requerimientos de Dios.
Desde los días de Adán hasta el presente, el motivo del gran conflicto
ha sido la obediencia a la ley de Dios. En todo tiempo hubo indivi-
duos que pretendían el favor de Dios, aun cuando menospreciaban
algunos de sus mandamientos. Pero las Escrituras declaran “que la
fe fué perfecta por las obras,” y que sin las obras de la obediencia,
la fe “es muerta.” “El que dice, Yo le he conocido, y no guarda sus
mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en él.”
Santiago
2:22, 17
;
1 Juan 2:4
.
Cuando Caín vió que su ofrenda era desechada, se enfureció
contra el Señor y contra Abel; se disgustó porque Dios no aceptaba
el sacrificio con que el hombre substituía al que había sido ordenado
divinamente, y se disgustó con su hermano porque éste había de-
cidido obedecer a Dios en vez de unírsele en la rebelión contra él.
A pesar de que Caín despreció el divino mandamiento, Dios no le