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Historia de los Patriarcas y Profetas
comenzando, acabaré también. Y mostraréle que yo juzgaré su casa
para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos se han
envilecido, y él no los ha estorbado. Y por tanto yo he jurado a la
casa de Elí, que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás,
ni con sacrificios ni con presentes.”
Antes de recibir este mensaje de Dios, “Samuel no había cono-
cido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada,”
es decir, que no había experimentado manifestaciones directas de
la presencia de Dios como las que se otorgaban a los profetas. El
propósito de Dios era revelarse de una manera inesperada, para que
Elí oyera hablar de ello por medio de la sorpresa y de las preguntas
del joven.
Samuel se llenó de terror y asombro al pensar que se le había
encargado tan terrible mensaje. Por la mañana se dedicó a sus queha-
ceres como lo hacía ordinariamente, pero con una carga pesada en
su joven corazón. El Señor no le había ordenado que revelara la
temible denuncia; por consiguiente, se llamó a silencio, y evitaba en
lo posible la presencia de Elí. Temblaba por temor de que alguna
pregunta le obligara a declarar el juicio divino contra aquel a quien
tanto amaba y reverenciaba. Elí estaba seguro de que el mensaje
anunciaba alguna gran calamidad para él y su casa. Llamó a Samuel
y le ordenó que le relatara fielmente lo que el Señor le había revela-
do. El joven obedeció, y el anciano se postró en humilde sumisión
a la horrenda sentencia. “Jehová es—dijo;—haga lo que bien le
pareciere.”
Sin embargo, Elí no llevó los frutos del arrepentimiento verda-
dero. Confesó su culpa, pero no renunció al pecado. Año tras año el
Señor había postergado los castigos con que le amenazaba. Mucho
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pudo haberse hecho en aquellos años para redimir los fracasos del
pasado; pero el anciano sacerdote no tomó medidas eficaces para
corregir los males que estaban contaminando el santuario de Jeho-
vá y llevando a la ruina a millares de Israel. Por el hecho de que
Dios tuviera paciencia, Ofni y Finees endurecieron su corazón y se
envalentonaron en la transgresión.
Elí hizo conocer a toda la nación los mensajes de reproche que
habían sido dirigidos a su casa. Así esperaba contrarrestar, hasta
cierto punto, la influencia maléfica de su negligencia anterior. Pe-
ro las advertencias fueron menospreciadas por el pueblo, como lo