Página 557 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El arca tomada por los Filisteos
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había hecho la gente de Gath y de Asdod; pero la obra de exterminio
siguió hasta que, por causa de la aflicción “el clamor de la ciudad
subía al cielo.” Temiendo el pueblo conservar el arca en habitaciones
humanas, la colocó en campo raso. Siguió entonces una plaga de
ratones, que infestaron la tierra y destruyeron los productos agrícolas,
tanto en los graneros como en el campo. La destrucción total, ya
fuese por la enfermedad o por el hambre, amenazaba ahora a toda la
nación.
Durante siete meses el arca permaneció en la tierra de los filis-
teos, y en todo este tiempo los israelitas no hicieron esfuerzo alguno
por recobrarla. Pero los filisteos tenían ahora tanta ansia de deshacer-
se de ella, como antes la habían tenido por obtenerla. En vez de ser
una fuente de fortaleza para ellos, era una carga pesada y una gran
maldición. Sin embargo, no sabían qué hacer, pues adondequiera
que la llevasen seguían inmediatamente los juicios de Dios.
El pueblo clamó a los príncipes de la nación, como también a los
sacerdotes y adivinos; y ansiosamente les preguntó: “¿Qué haremos
del arca de Jehová? Declaradnos como la hemos de tornar a enviar
a su lugar.” Ellos aconsejaron que la devolvieran con un costoso
sacrificio de expiación. “Entonces—dijeron los sacerdotes—seréis
sanos, y conoceréis por qué no se apartó de vosotros su mano.”
Antiguamente, para reprimir o eliminar una plaga, solían hacer
los paganos una representación en oro, plata u otros materiales, de
aquello que causaba la destrucción, o del objeto o parte del cuerpo
especialmente afectados. Esta representación o imagen se colocaba
en una columna o en algún lugar visible, y se creía que constituía
una protección eficaz contra los males que representaba. Todavía
subsiste hoy una costumbre semejante entre ciertos pueblos paganos.
Cuando una persona que sufre de alguna enfermedad va al templo
de su ídolo en busca de curación, lleva consigo una figura de la parte
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afectada, y la presenta como ofrenda a su dios.
En consonancia con la superstición reinante, los señores filisteos
aconsejaron al pueblo que hiciera representaciones de las plagas que
les habían estado afligiendo, “conforme al número de los príncipes
de los Filisteos, cinco hemorroides de oro, y cinco ratones de oro,
porque—dijeron ellos—la misma plaga que todos tienen, tienen
también vuestros príncipes.”