Página 558 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Estos sabios reconocieron que un poder misterioso acompañaba
al arca, un poder al que no sabían hacer frente. Sin embargo, no
aconsejaron al pueblo que se apartara de su idolatría para servir al
Señor. Seguían odiando al Dios de Israel, aunque se veían obliga-
dos a someterse a su autoridad, por los castigos abrumadores. Así
también pueden los pecadores verse convencidos por los juicios de
Dios de que es vano contender contra él. Pueden verse obligados a
someterse a su poder, mientras que en su corazón se rebelan contra
su dominio. Una sumisión tal no puede salvar al pecador. El corazón
debe ser entregado a Dios; debe ser subyugado por la gracia divina,
antes de que el arrepentimiento del hombre pueda ser aceptado.
¡Cuán grande es la longanimidad de Dios hacia los impíos! Tanto
los filisteos idólatras como los israelitas apóstatas habían gozado de
las dádivas de su providencia. Diez mil misericordias inadvertidas
caían silenciosamente sobre la senda de hombres ingratos y rebeldes.
Cada bendición les hablaba del Dador, pero ellos eran indiferentes
a su amor. Muy grande era la tolerancia de Dios hacia los hijos de
los hombres; pero cuando ellos se obstinaron en su impenitencia,
apartó de ellos su mano protectora. Se negaron a escuchar la voz de
Dios, que les hablaba en sus obras creadas y en las advertencias, las
reprensiones y los consejos de su Palabra, y así se vió obligado a
hablarles por medio de sus juicios.
Había entre los filisteos algunos que estaban dispuestos a opo-
nerse a que se devolviera el arca a su tierra. Consideraban humillante
para su pueblo un reconocimiento tal del poderío del Dios de Israel.
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Pero “los sacerdotes y adivinos” advirtieron al pueblo que no imi-
tara la testarudez de Faraón y de los egipcios, y no trajera sobre sí
calamidades aun mayores.
Se propuso entonces un proyecto que pronto alcanzó el consen-
timiento de todos y en seguida se puso en práctica. El arca, con la
ofrenda de oro, fué colocada en un carro nuevo, a fin de evitarle
todo peligro de contaminación; a este carro se uncieron dos vacas,
cuyas cervices no habían llevado yugo. Los terneros de estas vacas
se dejaron encerrados en casa, y las vacas fueron dejadas libres para
que fueran adonde quisieran. Si el arca fuese así devuelta a los israe-
litas por el camino de Bethsemes, la ciudad de levitas más cercana,
ello sería para los filisteos una evidencia de que el Dios de Israel