Página 575 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El primer rey de Israel
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propio sendero sin buscar el consejo de Dios, o en oposición a su
voluntad revelada, les otorga con frecuencia lo que desean, para
que por medio de la amarga experiencia subsiguiente sean llevados
a darse cuenta de su insensatez y a arrepentirse de su pecado. El
orgullo y la sabiduría de los hombres constituyen una guía peligrosa.
Lo que el corazón ansía en contradicción a la voluntad de Dios
resultará al fin en una maldición más bien que en una bendición.
Dios deseaba que su pueblo le considerase a él solo como su
legislador y su fuente de fortaleza. Al sentir que dependían de Dios,
se verían constantemente atraídos hacia él. Serían elevados, enno-
blecidos y capacitados para el alto destino al cual los había llamado
como su pueblo escogido. Pero si se llegaba a poner a un hombre
en el trono, ello tendería a apartar de Dios los ánimos del pueblo.
Confiarían más en la fuerza humana, y menos en el poder divino, y
los errores de su rey los inducirían a pecar y separarían a la nación
de Dios.
Se le indicó a Samuel que accediera a la petición del pueblo,
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pero advirtiéndole que el Señor la desaprobaba, y haciéndole saber
también cuál sería el resultado de su conducta. “Y dijo Samuel todas
las palabras de Jehová al pueblo que le había pedido rey.” Con toda
fidelidad les expuso las cargas que pesarían sobre ellos, y les mostró
el contraste que ofrecía semejante estado de opresión frente al estado
comparativamente libre y próspero que gozaban.
Su rey imitaría la pompa y el lujo de otros monarcas, y ello haría
necesario cobrar pesados tributos y exacciones en sus personas y sus
propiedades. Exigiría para sus servicios los más hermosos de sus
jóvenes. Los haría conductores de sus carros, jinetes y corredores
delante de él. Habrían de llenar las filas de su ejército, y se les exigiría
que trabajaran las tierras del rey, segaran sus mieses y fabricaran
elementos de guerra para
su
servicio. Las hijas de Israel serían
llevadas al palacio para hacerlas confiteras y panaderas de la casa
del rey. Para mantener su regio estado, se apoderaría de las mejores
tierras dadas al pueblo por Jehová mismo. Tomaría los mejores de
los siervos de ellos y de sus animales para hacerlos trabajar en su
propio beneficio.
Además de todo esto, el rey les exigiría una décima parte de
todas sus rentas, de las ganancias de su trabajo, o de los productos de
la tierra. “Y seréis sus siervos—concluyó el profeta.—Y clamaréis