Página 584 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
al rey como al pueblo, y deseaba tan sólo agregar a sus palabras el
peso de su propio ejemplo. Desde su niñez había estado relacionado
con la obra de Dios, y durante toda su larga vida había tenido un
solo propósito: la gloria de Dios y el mayor bienestar de Israel.
Antes de que pudiera Israel tener alguna esperanza de prospe-
ridad, debía ser inducido al arrepentimiento para con Dios. Como
consecuencia del pecado había perdido la fe en Dios, y la capacidad
de discernir su poder y sabiduría para gobernar la nación; había per-
dido su confianza en que Dios pudiera vindicar su causa. Antes de
que pudieran los israelitas hallar verdadera paz, debían ser inducidos
a ver y confesar el pecado mismo del cual se habían hecho culpables.
Habían expresado así su objeto al exigir un rey: “Nuestro rey nos
gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras.”
Samuel reseñó la historia de Israel, desde el día en que Dios lo
sacó de Egipto. Jehová, el Rey de reyes, había ido siempre delante
de ellos, y había librado sus batallas. A menudo sus propios pecados
los habían entregado al poder de sus enemigos, pero tan pronto como
ellos se apartaban de sus caminos impíos, la misericordia de Dios les
suscitaba un libertador. El Señor envió a Gedeón y a Barac, “a Jephté,
y a Samuel, y os libró de mano de vuestros enemigos alrededor, y
habitasteis seguros.” Sin embargo, cuando se vieron amenazados
de peligro declararon: “Rey reinará sobre nosotros; siendo—dijo el
profeta—vuestro rey Jehová vuestro Dios.”
Samuel continuó diciendo: “Esperad aún ahora, y mirad esta
gran cosa que Jehová hará delante de vuestros ojos. ¿No es ahora la
siega de los trigos? Yo clamaré a Jehová, y él dará truenos y aguas;
para que conozcáis y veáis que es grande vuestra maldad que habéis
hecho en los ojos de Jehová, pidiéndoos rey. Y Samuel clamó a
Jehová; y Jehová dió truenos y aguas en aquel día.”
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En el Oriente, no solía llover durante el tiempo de la siega del
trigo, en los meses de mayo y junio. El cielo se mantenía despejado,
y el aire era sereno y suave. Una tormenta tan violenta en ese tiempo
llenó de temor todos los corazones. Con humillación el pueblo
confesó sus pecados,—el pecado preciso del cual se había hecho
culpable: “Ruega por tus siervos a Jehová tu Dios, que no muramos:
porque a todos nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir
rey para nosotros.”