Página 587 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La presunción de Saúl
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Saúl mandó entonces proclamar la guerra a son de trompeta en
toda la tierra, para llamar a todos los hombres de guerra, inclusive
las tribus de allende el Jordán, a fin de que se reunieran en Gilgal.
Esta orden y citación fué obedecida.
Los filisteos habían reunido un enorme ejército en Michmas,
“treinta mil carros, y seis mil caballos, y pueblo como la arena que
está a la orilla de la mar en multitud.”
1 Samuel 13:5
. Cuando lo
llegaron a saber Saúl y su ejército en Gilgal, el pueblo se atemorizó al
pensar en las enormes fuerzas que habría de arrostrar en batalla. No
estaba preparado para ello, y muchos estaban tan aterrorizados que
rehuían la prueba de un encuentro. Algunos atravesaron el Jordán,
en tanto que otros se escondieron en cuevas y hoyos, y entre las
rocas que abundaban en aquella región. A medida que se acercaba
la hora de la batalla, el número de desertores aumentaba, y los que
no se habían retirado de sus puestos estaban llenos de temor y de
presentimientos desfavorables.
Cuando Saúl fué ungido rey de Israel, había recibido de Samuel
instrucciones precisas acerca de la conducta que debía seguir en
esa ocasión. “Bajarás delante de mí a Gilgal—le había dicho el
profeta;—y luego descenderé yo a ti para sacrificar holocaustos, e
inmolar víctimas pacíficas. Espera siete días, hasta que yo venga a
ti, y te enseñe lo que has de hacer.”
1 Samuel 10:8
.
Saúl estuvo aguardando un día tras otro, pero sin hacer esfuerzos
decididos por animar al pueblo ni inspirarle confianza en Dios. Antes
que hubiera expirado el plazo señalado por el profeta, se impacientó
por la tardanza, y se dejó desalentar por las circunstancias difíciles
que le rodeaban. En vez de procurar fielmente preparar al pueblo
para el servicio que Samuel iba a celebrar, cedió a la incredulidad y
los funestos presentimientos. Buscar a Dios por medio del sacrificio
era una obra muy solemne e importante; y Dios exigía que su pueblo
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escudriñara sus corazones y se arrepintiera de sus pecados, para que
la ofrenda le fuera aceptable y su bendición pudiera acompañar sus
esfuerzos por vencer al enemigo. Pero Saúl se había vuelto inquieto;
y el pueblo, en vez de confiar en Dios y en su ayuda, quería ser
dirigido por el rey a quien había escogido.
Sin embargo, el Señor seguía interesándose en ese pueblo, y no
lo entregó a los desastres que le habrían sobrevenido si el brazo frágil
de la carne hubiera sido su único sostén. Lo puso en estrecheces