Página 588 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
para que pudiese convencerse de cuán insensato es fiar en el hombre,
y para que se volviera a él como a su única fuente de auxilio.
Había llegado la hora de la prueba para Saúl. Debía él demostrar
si quería o no depender de Dios y esperar con paciencia en conformi-
dad con su mandamiento, revelando así si era hombre en quien Dios
podía confiar como soberano de su pueblo en estrecheces, o si iba a
vacilar y revelarse indigno de la sagrada responsabilidad que había
recaído en él. ¿Escucharía el rey escogido por Israel al Soberano de
todos los reyes? ¿Dirigiría él la atención de sus soldados pusilánimes
hacia Aquel en quien hay fuerza y liberación sempiternas?
Con impaciencia creciente esperaba Saúl la llegada de Samuel,
y atribuía la confusión, la angustia y la deserción de su ejército a
la ausencia del profeta. Llegó el momento señalado, pero el varón
de Dios no apareció inmediatamente. La providencia de Dios había
detenido a su siervo. Pero el espíritu inquieto e impulsivo de Saúl no
pudo ser refrenado por más tiempo. Creyendo que debía hacerse algo
para calmar los temores del pueblo, resolvió convocar una asamblea
para el servicio religioso, e implorar la ayuda divina mediante el
sacrificio. Dios había ordenado que sólo los que habían sido consa-
grados para el servicio divino podían presentarle los sacrificios. Pero
Saúl mandó: “Traedme holocausto y sacrificios pacíficos” (véase
1
Samuel 13, 14
), y así como estaba, equipado con su armadura y sus
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armas de guerra, se acercó al altar y ofreció el sacrificio delante de
Dios.
“Y como él acababa de hacer el holocausto, he aquí Samuel que
venía; y Saúl le salió a recibir para saludarle.” Samuel vió en seguida
que Saúl había obrado contrariamente a las instrucciones expresas
que se le habían dado. El Señor había dicho por medio del profeta
que en esa ocasión revelaría lo que Israel debía hacer en esta crisis.
Si Saúl hubiera cumplido las condiciones bajo las cuales se prometió
la ayuda divina, el Señor habría librado maravillosamente a Israel
mediante los pocos que permanecieran fieles al rey. Pero Saúl estaba
tan satisfecho de sí mismo y de su obra, que fué al encuentro del
profeta como quien merecía alabanza y no desaprobación.
El semblante de Samuel estaba cargado de ansiedad y tribulación;
pero a su pregunta: “¿Qué has hecho?” Saúl contestó excusando
su acto de presunción y dijo: “Vi que el pueblo se me iba, y que
tú no venías al plazo de los días, y que los Filisteos estaban juntos