Página 590 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
cargo de los resultados; mediante la fidelidad a su palabra podemos
demostrar en la hora de las pruebas, delante de los hombres y de los
ángeles, que el Señor puede confiar en que aun en lugares difíciles
cumpliremos su voluntad, honraremos su nombre, y beneficiaremos
a su pueblo.
Saúl había perdido el favor de Dios, y sin embargo no quería
humillar su corazón con arrepentimiento. Lo que le faltaba en piedad
verdadera, quería suplirlo con su celo en las formas religiosas. Saúl
no desconocía la derrota sufrida por Israel cuando el arca de Dios
fué llevada al campamento por Ophni y Phinees; y a pesar de esto
resolvió mandar que trajeran el arca sagrada y al sacerdote que la
atendía. Si por estos medios lograba inspirar confianza al pueblo,
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esperaba que podría reorganizar su ejército disperso, y presentar
batalla a los filisteos. Ya no necesitaría la presencia y el apoyo de
Samuel, y así se libraría de la crítica y los reproches del profeta.
El Espíritu Santo había sido otorgado a Saúl para iluminar su
entendimiento y ablandar su corazón. Había recibido instruccio-
nes fieles y reproches sinceros del profeta de Dios. Y sin embargo,
¡cuánta perversidad manifestaba! La historia del primer rey de Israel
representa un triste ejemplo del poder de los malos hábitos adqui-
ridos durante la primera parte de la vida. En su juventud Saúl no
había amado ni temido a Dios; y su espíritu impetuoso, que no había
aprendido a someterse en temprana edad, estaba siempre dispues-
to a rebelarse contra la autoridad divina. Los que en su juventud
manifiestan una sagrada consideración por la voluntad de Dios y
cumplen fielmente los deberes de su cargo, quedarán preparados
para los servicios más elevados de la otra vida. Pero los hombres
no pueden pervertir durante años las facultades que Dios les ha
dado y luego, cuando decidan cambiar de conducta, encontrar estas
facultades frescas y libres para seguir un camino opuesto.
Los esfuerzos de Saúl para despertar al pueblo resultaron fútiles.
Encontrando que sus fuerzas habían sido reducidas a seiscientos
hombres, se fué de Gilgal, y se retiró a la fortaleza de Gabaa, recién
librada de filisteos. Estaba este baluarte en el borde meridional de
un valle profundo y escarpado o desfiladero, a pocas millas al norte
de Jerusalén. Al norte del mismo valle, en Michmas, acampaba el
ejército filisteo, y salían destacamentos en diferentes direcciones
para saquear el país.