Página 591 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

La presunción de Saúl
587
Dios había permitido que las cosas culminaran en esa crisis,
para poder reprender la perversidad de Saúl y enseñar al pueblo
una lección de humildad y de fe. A causa del pecado de presunción
cometido por Saúl al presentar su sacrificio, el Señor no quiso darle
el honor de vencer a los filisteos. Jonatán, el hijo del rey, hombre
que temía al Señor, fué escogido como el instrumento que había
de liberar a Israel. Movido por un impulso divino, propuso a su
[675]
escudero que hicieran un ataque secreto contra el campamento del
enemigo. “Quizá—dijo él—hará Jehová por nosotros; que no es
difícil a Jehová salvar con multitud o con poco número.”
El escudero, que también era hombre de fe y oración, le alentó
en su plan, y juntos se retiraron secretamente del campamento, no
fuese que sus propósitos encontraran oposición. Después de orar con
fervor al Guía de sus padres, convinieron en una señal por medio
de la cual determinarían su modo de proceder. Luego, bajando a
la garganta que separaba los dos ejércitos, avanzaron en silencio,
a la sombra de la roca a pique, y parcialmente ocultados por los
montículos del valle. Al aproximarse al fuerte filisteo, fueron vistos
por sus enemigos, quienes exclamaron en tono insultante: “He aquí
los Hebreos, que salen de las cavernas en que se habían escondi-
do,” y los desafiaron diciéndoles: “Subid a nosotros, y os haremos
saber una cosa,” con lo cual querían decir que castigarían a los dos
israelitas por su atrevimiento. Este reto era la señal que Jonatán
y su compañero habían convenido en aceptar como testimonio de
que el Señor daría éxito a su empresa. Desapareciendo entonces de
la vista de los filisteos, y escogiendo un sendero secreto y difícil,
los guerreros se dirigieron a la cumbre de una peña que había sido
considerada inaccesible, y que no estaba muy resguardada. Penetra-
ron así en el campamento del enemigo, y mataron a los centinelas,
que, abrumados por la sorpresa y el temor, no ofrecieron resistencia
alguna.
Los ángeles del cielo escudaron a Jonatán y a su acompañante;
pelearon a su lado, y los filisteos sucumbieron delante de ellos. La
tierra tembló como si se aproximara una gran multitud de soldados a
caballo y carros de guerra. Jonatán reconoció las muestras de ayuda
divina, y hasta los filisteos comprendieron que Dios obraba por el li-
bramiento de Israel. Un gran temor se apoderó de la hueste enemiga,
tanto en el campo de batalla como en la guarnición. En la confusión