Página 607 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El ungimiento de David
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Saúl en estatura y hermosura. Sus bellas facciones y su cuerpo bien
desarrollado llamaron la atención del profeta. Cuando Samuel miró
su porte principesco, pensó ciertamente que era el hombre a quien
Dios había escogido como sucesor de Saúl; y esperó la aprobación
divina para ungirle. Pero Jehová no miraba la apariencia exterior.
Eliab no temía al Señor. Si se le hubiera llamado al trono, habría sido
un soberano orgulloso y exigente. La palabra del Señor a Samuel
fué: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo
lo desecho; porque Jehová mira no lo que el hombre mira; pues que
el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el
corazón.”
Ninguna belleza exterior puede recomendar el alma a Dios. La
sabiduría y la excelencia del carácter y de la conducta expresan la
verdadera belleza del hombre; el valor intrínseco y la excelencia
del corazón determinan que seamos aceptados por el Señor de los
ejércitos. ¡Cuán profundamente debiéramos sentir esta verdad al
juzgarnos a nosotros mismos y a los demás! Del error de Samuel
podemos aprender cuán vana es la estima que se basa en la hermosura
del rostro o la nobleza de la estatura. Podemos ver cuán incapaz es
la sabiduría del hombre para comprender los secretos del corazón
o los consejos de Dios, sin una iluminación especial del cielo. Los
pensamientos y modos de Dios en relación con sus criaturas superan
nuestras mentes finitas; pero podemos tener la seguridad de que sus
hijos serán llevados a ocupar precisamente el sitio para el cual están
preparados, y serán capacitados para hacer la obra encomendada
a sus manos, con tal que sometan su voluntad a Dios, para que
sus propósitos benéficos no sean frustrados por la perversidad del
hombre.
Terminó Samuel la inspección de Eliab, y los seis hermanos que
asistieron al servicio desfilaron sucesivamente para ser observados
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por el profeta; pero el Señor no dió señal de que hubiese elegido a
alguno de ellos. En suspenso penoso, Samuel había mirado al último
de los jóvenes; el profeta estaba perplejo y confuso. Le preguntó a
Isaí: “¿Hanse acabado los mozos?” El padre contestó: “Aun queda
el menor, que apacienta las ovejas.” Samuel ordenó que le hicieran
llegar, diciendo: “No nos sentaremos a la mesa hasta que él venga
aquí.”